domingo, 3 de mayo de 2009

El fraile Aldao Eduardo Gutiérrez (1851-1889)

En nuestra historia de Rosas hemos hecho un bosquejo de este tipo repugnante y feroz, como vicio y como crueldad. Su traición y su intriga al gobernador de Mendoza, lo había levantado ante la consideración de Quiroga que lo creía un buen aliado de su causa. Aldao era más cruel y más corrompido que Quiroga mismo, por lo cual aquellos dos corazones tenían que simpatizar y ligarse estrechamente.
Su venida inesperada con un socorro de fuerzas, contrariando la voluntad del gobernador, era una prueba de su lealtad hacia Facundo, para éste, aunque todo no había sido más que una intriga para quedar bien parado. El aspiraba al gobierno de Mendoza y comprendía que protegido con el poder de Quiroga, el conseguirlo sería cosa bien fácil.
Por esto es que había puesto mal a aquél con éste, y se había recostado al último, comprendiendo que de este lado estaba todo el poder y el amparo de Rosas. Y en el Tucumán mismo empezó a influir más en el ánimo del caudillo, para que diera su golpe de manos a Mendoza.
-Lo que es prestigio en Mendoza, yo tengo -decía el fraile-, y la prueba es que a pesar de toda su mala voluntad y su capricho, he reunido gente para venir, he cumplido con su pedido. Yo hubiera traído mucha más gente, pero carezco absolutamente de elementos, y traer gente desarmada no valía la pena. La situación de Mendoza me parece que responde a los unitarios, y no sería extraño que éstos hagan allí cuartel el día que quieran.
-Pues es preciso cambiar la situación de Mendoza; yo voy a esperar aquí una respuesta de Rosas que debe enviarme y en seguida caeremos sobre Mendoza.
La entrada de Quiroga a Tucumán costó a su población martirios de todos géneros; era cuestión de caer o no caer en gracia a Facundo.
Por simple antipatía hacía lancear o lanceaba él mismo a cualquier persona.
-Has de ser unitario -decía-, tenés cara de unitario, andá que te corten la cabeza. -Y sin más preámbulos se la hacía cortar.
Los que querían medrar a la sombra de Quiroga, o estar bien con él para conservar la cabeza, delataban como unitarios y enemigos del caudillo a personas que habían o no habían estado mezcladas a los sucesos políticos, delación que, como sucedía en Buenos Aires, era el equivalente de una sentencia de muerte.
Chacho impedía muchos horrores, pero no podía impedirlos todos. Sus tropas estaban acampadas fuera de la ciudad, no permitiéndoles entrar por temor a los desórdenes y excesos a que indudablemente se entregarían, siguiendo el ejemplo de la división que Quiroga había alojado dentro de la ciudad.
Muchas familias oyendo lo que del Chacho se decía, y alarmadas con las brutalidades que cometía Quiroga, habían salido a ampararse al Chacho.
Pero éste poco podía hacer por ellas, puesto que no podía contrariar las disposiciones de Quiroga. Sin embargo, daba a cada una un oficial de su confianza para que lo alojaran en su casa y pudiera servirles de garantía contra cualquier avance de la tropa. Así el Chacho era la única garantía de vida y orden que había en Tucumán.
Quiroga solía enviar a su campamento tal o cual individuo para que lo hiciera lancear, pero éstas fueron órdenes que jamás cumplió Chacho, proporcionando a los que venían en aquellas condiciones todo lo necesario para salir de Tucumán.
Quiroga, preocupado en la eterna orgía a que se hallaba entregado en sociedad con el fraile, confiaba en el Chacho y poco se ocupaba de lo demás, puesto que el día lo dedicaba al sueño y la noche a la orgía.
Chacho era invitado con frecuencia a estas fiestas infernales que concluían siempre con una borrachera, pero siempre rehusaba moverse de su campamento bajo pretextos diferentes.
Así es que nunca se le vio formar parte de aquellas escenas repugnantes y bárbaras.
Quiroga, en su desenfreno espantoso, no respetaba cosa alguna, armaba la parranda donde le parecía mejor sin que nadie se atreviera a protestar ni con la expresión de la mirada.
¿Quién se hubiera atrevido a provocar la cólera de Facundo, más cuando ningún beneficio hubiera obtenido? Todos callaban y sufrían esperando que algún día terminaría aquello.
La contestación que de Rosas esperaba Quiroga, no tardó en llegarle. El tirano se mostraba plenamente satisfecho de la campaña contra La Madrid, autorizaba a Quiroga para cambiar la situación de Mendoza, apoyando al elemento federal.
"El fraile Aldao es mío, le decía, puede dejarlo en Mendoza que él los arreglará como es debido. Es preciso no abandonar a Tucumán sin dejar allí bien establecido el Gobierno, pero un gobierno que sea federal y capaz de hacerse temer y respetar."
Quiroga marchó entonces a Mendoza después de haber sacado a Tucumán una fuerte contribución en dinero para atender los gastos y necesidades de su ejército. Y dejó allí a Chacho con una división para que mantuviera el estado de cosas que dejaba, hasta que quedase bien consolidado.
Los habitantes de Tucumán, que miraban la presencia de Chacho como una verdadera garantía de orden, festejaron como un triunfo verdadero la permanencia del joven caudillo.
Quiroga y Aldao siguieron a Mendoza, a hacer idéntica cosa que lo que habían hecho en Tucumán, de una manera más sangrienta aún, puesto que Mendoza iba a quedar en poder de Aldao, que era más bandido y más perverso que el mismo Quiroga.
Junto con la aprobación de su conducta Rosas le había mandado su nombramiento de general y un espléndido uniforme correspondiente a su grado. Así Quiroga venía a ser en aquellas provincias, lo que Rosas en Buenos Aires, el poder supremo e inapelable.
Quiroga no quería entrar personalmente en Mendoza, quedando sólo como una garantía de Aldao, que sería su vanguardia. Así envió al fraile con la mayor parte del ejército, quedando él afuera con una reserva para el caso posible en que éste fuera rechazado.
Mendoza era una provincia brava y fuerte, cuyas autoridades disponían de buenos elementos de guerra. Si Quiroga se presentaba como conquistador, iba a provocar grandes resistencias, lo que no sucedería con Aldao, que tenía allí su prestigio y sus amigos. No habría que combatir tanto y el triunfo sería más rápido.
Esta era la razón que había influido en Quiroga para no presentarse él en Mendoza, y mandar al fraile Aldao, quedando él para apoyarlo en caso de un desastre.
Desde que pisaron territorio de Mendoza, el fraile Aldao empezó a reclutar partidarios que salían a su encuentro. Unos de miedo y otros por precaución, todos se presentaban al fraile ofreciéndosele en todo. Lo veían llegar al frente de un ejército y no querían ser después perseguidos y degollados, por no haberse presentado a tiempo poniéndose a sus órdenes. Muchos que por fanatismo lo seguían con su simpatía y esfuerzo, salían a su encuentro y lo recibían con muestras del mayor regocijo, lo que persuadió a Quiroga de que Aldao era el verdadero caudillo de Mendoza.
Facundo campó a dos leguas de la capital, enviando a Aldao con sus mejores tropas, para que entrara a la ciudad y se apoderara de ella. El fraile Aldao entró a la ciudad a sangre y fuego, y por sorpresa; nadie lo esperaba, lo más ajeno que temían las autoridades era un asalto de aquella naturaleza, así es que los tomó desprevenidos, sin que siquiera pudieran intentar una defensa débil.
Algunas tropas que tenía el gobernador se resistieron duramente, pero poco después se entregaban a discreción al fraile Aldao.
Este empezó desde el primer momento a ejercer las venganzas más bárbaras. Aquellos que habían sido sus enemigos de alguna manera, o que le habían hecho oposición en sus apariciones, fueron pasados a cuchillo de la manera más bárbara, asaltando sus casas y arrancándolos de entre los brazos de la familia.
Demasiado conocidos son los horrores cometidos por el fraile Aldao, para que intentemos narrarlos de nuevo.
Avisado Quiroga de lo que había hecho Aldao, entró a Mendoza seguido de su reserva, a aumentar el horror de la matanza y del saqueo.
Mendoza tuvo que pagar a fuerza de sangre y plata la permanencia de Quiroga, huésped tremendo, que inspiró a Aldao sus más bárbaras iniquidades. Este se había apoderado completamente de Mendoza, erigiéndose en su gobernador con el aplauso del elemento bárbaro y de aquellos que querían conquistar, aun de esta manera, la garantía de sus vidas o intereses.
Aldao cambió inmediatamente todas las autoridades, colocando en todas partes a gente exclusivamente suya, sin reparar si podían o no ocupar el puesto a que se les destinaba. Puso sobre las armas él mismo tropas suficientes para sostenerse en el poder, y se entregó sin reserva a la vida de crápula que había llevado siempre.
Quiroga no tenía nada que hacer ya allí, la situación de Mendoza le pertenecía, como le pertenecían La Rioja, Catamarca y Santiago. Su poder se extendía así por todas partes, quedando como único árbitro de aquellas provincias y de las otras que recibían sus órdenes sin discutir, por temor de que el caudillo hiciera con ellos lo que había hecho en otras partes.
Quiroga se retiró de Mendoza después de haberse hecho entregar con Aldao una buena contribución en dinero para repartirla entre su gente.
-Ya sabe que Mendoza es suya -le dijo el fraile al despedirlo-y que puede contar conmigo para todo. No tiene más que mandarme un aviso, en la seguridad que será obedecido sobre tablas.
-Cuento con ello -contestó el terrible Quiroga-, y si no peor para usted, porque a mí no se me desobedece sin sentir en el acto las consecuencias. Yo lo dejo aquí en mi lugar -concluyó Quiroga de una manera sombría- pues otra cosa no puede ser. Mis órdenes deben ser cumplidas en el acto, si no usted caerá con la misma facilidad con que se ha levantado.
Aldao no tenía más remedio que acatar lo que le dijera Quiroga, y lo acató sin la menor observación.
-A su llamado -dijo-, Mendoza estará en pie.
-Y si no lo está -replicó el soberbio Facundo-, vendré yo a hacerla levantar.
Y emprendió su marcha hacia La Rioja, para licenciar a sus tropas a Buenos Aires, cuya vida le gustaba de una manera poderosa. Se había habituado a los placeres de la gran ciudad y no pensaba en otra cosa.
"Si todo queda bien en Tucumán, venga a La Rioja donde lo espero, mandó decir a Chacho, pues tengo que volver a Buenos Aires."
Chacho, que deseaba volver cuanto antes a Huaja, se apresuró a complacer a Quiroga, poniéndose en camino el mismo día de recibir el mensaje.
El pueblo de Tucumán no hallaba frases bastante expresivas para ponderar la conducta del Chacho. Por todas partes no se escuchaban sino elogios de su bondad y su rectitud, extendiéndose allí su influencia benéfica como se había extendido en La Rioja y en Catamarca. Es que con todos había sido igualmente bueno, no permitiendo que se cometieran injusticias ni venganzas. Para él no había unitarios ni federales; todos eran hombres para él, acreedores a ser tratados con igual bondad y consideración.
Así es que todos, sin distinción de ninguna especie, acompañaron a Chacho a su salida deseándole toda clase de felicidades.
Ni él ni sus tropas dejaban en Tucumán la menor odiosidad ni un solo mal recuerdo, pues cediendo a la influencia del jefe, la conducta de la tropa había sido irreprochable.
Chacho había repartido entre ellas cuanto dinero tenía y una buena suma que le entregó Quiroga al retirarse, de modo que los soldados pagaban al contado lo que consumían, sin hacer ningún daño al comercio.
Cuando la autoridad dejada por Quiroga, había intentado cometer algún atropello, Chacho había sido el primero en oponerse, protegiendo siempre al débil y dando la razón al que la tenía. Y como él era allí la autoridad suprema, puesto que tenía la fuerza, no había más remedio que acatar y cumplir sus disposiciones.
Chacho y sus tropas dejaron así en Tucumán el mejor recuerdo de su permanencia. Todos sintieron su partida, indicándole que influyese sobre Quiroga para que lo volviera a mandar.
Mendoza, en cambio, quedaba entregada sin defensa al abismo que representaba el gobierno del fraile Aldao, gobierno de robo y muerte, mil veces peor, si esto es posible, que el que regía en la misma Buenos Aires.
Eternamente borracho y llevando una vida de crápula y vicio en todo sentido. Y las únicas horas que su cabeza estaba fuera de la influencia del alcohol, las empleaba en hacer daño, encarcelando a unos y matando a otros, según la antipatía que les tenía o el monto de la fortuna que les quería robar.
Así empezó la vía crucis de aquella provincia desventurada, via crucis que debía prolongarse de una manera terrible e indefinida.
Quiroga pasó a La Rioja, donde licenció las milicias que a ella pertenecían, como a las de Catamarca y Santiago, esperando la llegada de Chacho. Sólo conservaba en pie las infanterías que había organizado con los presidiarios de Buenos Aires y los salvajes de Tucumán.
Con estas fuerzas y las milicias de Chacho, había lo suficiente para acudir al punto que fuera necesario.
El primer cuidado de Quiroga fue acudir a la casa de Angela, a quien no había olvidado aun en medio de sus mayores agitaciones y fatigas.
Pero allí esperaba a Quiroga el primero y el último dolor que tuvo en toda su vida. Angela estaba en la cama, postrada por una fiebre terrible que había llegado hasta turbar su razón. La vista de su amante pareció reanimarla un poco, pero poco después volvió a caer en el terrible sopor que causaba en ella la fuerza de la fiebre.
Quiroga estaba dominado por una desesperación suprema. El que había visto morir a tantos con la más glacial indiferencia, él que había ordenado la muerte de tantos seres inocentes a quienes la vida sonreía de todos modos, no podía conformarse con la desgracia tremenda que importaba para su corazón la muerte de Angela.
Cómo se entregaba Quiroga por completo a su dolor, era asombroso, pues al encontrarse impotente para dominar una enfermedad miserable, él que disponía a su antojo costumbres y cosas llegaba hasta maldecir de sí mismo.
Los chasques de Quiroga recorrían todas las provincias en busca de un médico que pudiera salvar a Angela, pero los chasques no volvían y ella se iba consumiendo gradualmente, al extremo de presentar ya un aspecto cadavérico.
Y lo más desesperante para Facundo era que Angela no lo reconocía ni respondía a sus palabras más apasionadas. Parecía mirarlo con la vaguedad de un loco o del idiota, sin que su presencia causara en ella ni la más leve sensación. Lo contemplaba con una indiferencia suprema, permaneciendo insensible a los cariños y aun a las lágrimas de Quiroga, lágrimas que le arrancaba la desesperación de la impotencia.
-Así está desde hace mucho tiempo -decía el oficial que había dejado Chacho cuidándola-. Ha ido agravándose poco a poco hasta quedar en el estado en que usted la ve.
-¿Pero es imposible que no haya ningún remedio para volverla a la vida? -gritaba Quiroga enfurecido-. Mi vida, mi poder, mi esclavitud para el que me salve a Angela y me la vuelva a la vida.
Y Angela enflaquecía por momentos, puede decirse, sin que los remedios que le aplicaban con profusión los viejos curanderos bastaran tan sólo a detener el mal. La vida de Angela se iba acabando por momentos
-¡Angela! ¡Angela! -gritaba Quiroga en el colmo del dolor, y la sacudía fuertemente como si de aquella manera fuera a volverla a la vida.
En uno de aquellos sacudimientos Angela volcó completamente la cabeza para no volverla a alzar más: había muerto.
En el primer momento Quiroga quedó preso de un estupor inmenso. Poco a poco aquel estupor fue desapareciendo, hasta que el tremendo caudillo empezó a dar escape a su dolor, por actos de una crueldad espantosa. Aquél no era un hombre sino un tigre que no se saciaba jamás de sangre.
El regreso del Chacho fue lo que vino a distraerle, entreteniéndole el espíritu, salvando así a La Rioja de los excesos tremendos a que se había lanzado Quiroga.

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Prof.Mario Raúl Soria

MENDOZA DONDE LA REVOLUCION DE MAYO LLKEGO EN JUNIO



Si nos atenemos a la terminología predominante en los libros de historia, el 14 de julio de 1789 estalló la “Revolución Francesa”, tremendo acontecimiento político, social e institucional que habría de generar una rotunda ruptura del statu quo vigente y que desencadenaría profundos cambios en Europa y en buena parte del mundo.
Sin embargo, hilando más fino, se puede comprobar que en dicha fecha lo que en realidad ocurrió fue un alzamiento virulento del pueblo de París, la capital de Francia, mientras que el resto de la nación fue ajeno a la conmoción ciudadana focalizada, en un primer momento, en la bella e inquieta Ciudad Luz. Es decir, que en aquel inolvidable e irrepetible 14 de julio de postrimerías del siglo XVIII se produjo una revuelta parisina puntual que aún no podía ser definida como “francesa”; la nacionalización del fenómeno vendría a continuación. De hecho, la “Revolución Francesa” fue en realidad, un largo, conflictivo y cruento proceso que, habiendo comenzado con la ya mítica “toma de La Bastilla”, habría de concluir años después con la restauración monárquica.

Análogamente, la confusión entablada entre momento y proceso revolucionario es extensiva a lo que conocen los argentinos desde que se instaló en el calendario la efeméride alusiva a la “Revolución de Mayo”. El derrocamiento del virrey Cisneros, provocado por sectores patriotas de la sociedad porteña, ingresó a la historia como un acontecimiento trascendente que involucró a toda la nación. No obstante esta percepción colectiva que la historiografía ha consagrado, no quedan dudas de que se trató de un movimiento protagonizado, durante aquel 25 de mayo de 1810, por los habitantes más destacados de la ciudad de Buenos Aires. En las décadas siguientes, la conmemoración del magno suceso, tanto en la capital de la República como en las ciudades y los pueblos del interior, se fijó en dicho día y mes. Paradójicamente, dada la vastedad territorial y los precarios medios de comunicación y transporte disponibles a principios del siglo XIX, en el resto del ancho y largo país de los argentinos la denominada “Revolución de Mayo” en forma explícita tuvo lugar en junio, lo que constituye un curioso galimatías no sólo cronológico.

La Revolución de Junio
Vísperas

En 1810 Mendoza era una próspera ciudad comercial de 18.000 habitantes que junto a las localidades de San Juan y de San Luis conformaba la Intendencia de Cuyo, región que fuera puesta bajo la dependencia del gobernador de Córdoba a poco de crearse, en 1776, el Virreinato del Río de la Plata. Con anterioridad, Mendoza había formado parte del Reino de Chile, con cuyo pueblo mantenía fluidas relaciones, tanto económicas como culturales y sociales. Por su parte, la nueva estructura jurisdiccional contribuyó a incentivar los negocios y el tráfico entre los mendocinos y el ya floreciente puerto de Buenos Aires. Por entonces, una tropa de carretas tiradas por bueyes o una recua de mulas cargada de mercaderías y correspondencia demoraba más de dos meses en atravesar la distancia que separa ambas ciudades, a razón de 2-3 leguas de marcha diaria, aunque “reventando caballos” el periplo podía reducirse a 12 o 15 días.



Por ello, no debería sorprender que el 25 de mayo de 1810 en Mendoza, así como en otros tantos lugares del interior proto-argentino, no haya pasado nada digno de mención. Tampoco hubo hechos destacables el 26 ni el 31 de mayo. Recién durante la segunda semana de junio de aquel frío otoño cordillerano, habían llegado rumores dispersos relacionados con la caída del régimen monárquico en la metrópolis española y con la existencia de cierto alboroto cívico en Buenos Aires, la capital virreinal. En tierras andinas, mientras tanto, había que esperar al 13 de junio para que el proceso de transformaciones iniciara su marcha.



En la noche de aquel día 13 arribó a Mendoza un jinete uniformado que traía la noticia oficial de la destitución del virrey y de la formación del primer gobierno criollo en el Río de la Plata. Manuel Corvalán, comandante de fronteras, era el portador de la novedad que fue comunicada de inmediato a las autoridades del lugar. Como es de suponer, la información que había llegado a la hasta entonces apacible villa era fragmentaria e, incluso, contradictoria, dado que el bando emitido por la Junta Provisional, por un lado se hacía cargo de la acefalía del gobierno español producida en la península ibérica y, por el otro, hacía votos de incondicional fidelidad y obediencia al rey Fernando VII, a la sazón cautivo de las tropas napoleónicas, contradicción que -dicho sea de paso- formó parte de la retórica patriótica durante buena parte de la gesta emancipadora.

Desarrollo
Para los mendocinos, la decisión de adherir al flamante gobierno porteño se complicó cuando, desde Córdoba, el gobernador intendente Juan Gutiérrez de la Concha no sólo recomendó desacatar el mandato invocado por la Junta sino que además ordenó al Delegado local que reuniera los efectivos militares con asiento en Mendoza y que los enviara urgente a la ciudad mediterránea. La idea era incorporarlos a la fuerza de represión que preparaban los contrarrevolucionarios para atacar la ciudad-puerto en estado de rebeldía y reponer a la autoridad “legítima”, es decir, al virrey.



Faustino Ansay, Subdelegado de Real Hacienda, Comandante de Armas, de Fronteras y del 1° Regimiento de Caballería de Mendoza, se manifestó de acuerdo con acatar la imperativa instrucción proveniente del gobernador cordobés y, también, con repudiar al movimiento subversivo triunfante en Buenos Aires. Idéntica opinión expresaron el Tesorero provincial, Domingo de Torres y Harriet; el Contador de la Real Hacienda, Joaquín Gómez de Liaño, y los demás funcionarios coloniales del distrito. Para ellos, acostumbrados a terciar en las frecuentes querellas que se entablaban entre cabildantes y vecinos de la zona, resultó una sorpresa mayúscula el toparse con la unánime posición tomada por los 46 ciudadanos más prominentes de Mendoza, quienes, en el Cabildo Extraordinario convocado al efecto para el 23 de junio, exigieron la adhesión al alzamiento cívico consumado en el Río de la Plata y nombraron un diputado para que viajara a la capital del virreinato en calidad de representante regional.



Luego de algunas marchas y contramarchas causadas por las maniobras del núcleo realista que pretendía ganar tiempo para facilitar la contrarrevolución cuya cabeza visible se aglutinaba en Córdoba, el partido patriótico consiguió apoderarse del control militar de la ciudad y destituir, el día 28 de junio, al comandante Ansay que había intentado consumar un golpe militar para revertir la situación. A renglón seguido, Isidro Sánchez de la Maza se hizo cargo de la Comandancia de Armas.



Si bien es indudable que la llegada de Corvalán, primer enviado de la Junta, apuró la iniciación de la “Revolución de Junio”, es dable reconocer que también ejerció notable influencia en el desarrollo de los acontecimientos la problemática interna que atravesaba por entonces la comunidad local; este clima doméstico sirvió de caldo de cultivo propicio para que la chispa rebelde proveniente de Buenos Aires detonara de inmediato. Efectivamente, las “fuerzas vivas” mendocinas -comerciantes, hacendados, profesionales, incluso clérigos- desde tiempo atrás cuestionaban la dependencia, tanto burocrática como política, que las ciudades cuyanas debían mantener con Córdoba, fruto de la reforma borbónica implantada a mediados del siglo XVIII. Que la distante cabecera de la Gobernación-Intendencia ejerciera jurisdicción sobre toda la región de Cuyo, era motivo de frecuentes conflictos y quejas de parte de los mendocinos que aspiraban a obtener la autonomía.



En este contexto, la noticia de la Revolución junto a la promesa anunciada por parte de la Junta Provisional de incorporar delegados provinciales para constituir un gobierno amplio y representativo a nivel nacional, fue apoyada con genuino entusiasmo por los sectores influyentes y por el pueblo llano de Mendoza. Similar actitud, impulsada por motivaciones autonómicas y libertarias de intensidad diversa, pudo observarse en San Juan, San Luis, Santiago del Estero, Catamarca, Salta, Tucumán y, también, en poblaciones del Litoral y la Mesopotamia. Los máximos referentes de dichas provincias, salvo pocas excepciones, se persuadieron de que el movimiento revolucionario abriría la posibilidad de contar con autoridades regionales autónomas que fueran representativas de cada realidad puntual y de su idiosincrasia singular. Es así que, entre mediados de junio y principios de julio de 1810 el interior apoyó el pronunciamiento de los hombres de Mayo con la genuina expectativa de asegurarle a cada distrito una razonable libertad de acción y administración.

Desenlace
Luciendo flamantes jinetas de coronel, Juan Bautista Morón arribó a Mendoza el 10 de julio de 1810 con la misión de reclutar soldados para repeler la asonada realista que, a las órdenes de Santiago de Liniers, el obispo Orellana y el gobernador Gutiérrez de la Concha, se había atrincherado en la provincia de Córdoba. Por las dudas, Morón detuvo a los funcionarios leales a la Colonia que acababan de ser destituidos por el cabildo mendocino; los cargó con pesados grillos y los envió a Buenos Aires en calidad de detenidos. (Uno de ellos, Ansay, vagó durante 12 años por los presidios y los campos de concentración de prisioneros que existían o fueron creados por entonces. A pesar de ello, el tozudo aragonés se consideraba un hombre de suerte, dado que por poco no estuvo en Cabeza de Tigre enfrentando el pelotón de fusilamiento que acabó con la vida de Liniers y los demás complotados).


El día 26 la Junta de Gobierno bonaerense nombró al coronel José Moldes en calidad de Teniente Gobernador de Mendoza, designación que daba por tierra con las cándidas expectativas locales de elegir un gobierno propio. Moldes traía instrucciones terminantes en cuanto a cómo conducir la ciudad de acuerdo a los designios de la autoridad central que, no obstante el “discurso” previo, desestimaba la participación de los lugareños en el manejo de los asuntos públicos. Los mendocinos comprometidos con el cambio en ciernes empezaban a comprender que el proyecto político porteño no suponía el respeto a las autonomías provinciales ni tampoco consentiría la conformación de un órgano colegiado como instancia superior de gobierno.

Epílogo
La Junta Grande recién pudo comenzar a deliberar en Buenos Aires en diciembre de 1810. Desde el principio, el cuerpo colectivo fue el campo de batalla en el cual las facciones en pugna -saavedristas y morenistas- dirimieron sus diferencias. A propósito de la forma de gobierno, los primeros sostenían la necesidad de que este organismo asumiera un rol ejecutivo; los segundos, en cambio, afirmaban que, frente a la situación de guerra que se abatía sobre el país, era necesario contar con un gobierno fuertemente centralizado que fuera lo menos deliberativo posible. Además, decían que los diputados del interior en su mayoría representaban a sectores conservadores comprometidos con el régimen anterior y que, en esta nueva instancia, se debía aceptar el tutelaje de espíritus progresistas y decididos, que venían a ser ellos, la elite porteña.


Al cabo de algunos meses de funcionamiento caótico, un pusch preparado en la capital obligó a disolver la junta ampliada, mientras que los diputados del interior fueron conminados a abandonar la ciudad-puerto y a volver a sus respectivas provincias. A continuación, asumió el gobierno un triunvirato cuya misión principal se orientó a acentuar el proceso de centralización y militarización del poder político iniciado en mayo de 1810.


La esperanzada “Revolución de Junio”, que estalló simultáneamente en diversos lugares de la incipiente república se había malogrado a poco de comenzar y se apagó junto con el mes que la vio nacer. Desde entonces, los argentinos, tanto de Buenos Aires como del Interior, conmemoramos la “Revolución de Mayo”, que es la que triunfó.

“Para Buenos Aires, mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias. Con razón quiere tanto ese día”.

Juan Bautista Alberdi


Pandemias

¿Qué es una pandemia?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece seis fases de alerta pandémica cuando un virus se convierte en una amenaza. De acuerdo con el organismo internacional, una pandemia es un brote epidémico que afecta a todo el mundo. Las pandemias de la gripe son fenómenos poco frecuentes, pero recurrentes. "Típicamente se han producido a intervalos de entre 10 y 50 años a lo largo de la historia. En el siglo XX se produjeron tres pandemias: la de 1918, que provocó unos 40 millones de muertes, la de 1957, en la que murieron más de dos millones de personas, y la de 1968, con cerca de un millón de víctimas", señala la OMS.
Las pandemias de gripe ocurren cuando aparece una cepa nueva de virus contra la cual la mayoría de la gente no tiene inmunidad natural. Los expertos creen que han estado ocurriendo a intervalos regulares desde al menos el siglo XVI.
Los científicos clasifican los virus de gripe según sus proteínas externas: H por hemaglutinina y N por neuraminidasa. Hay 16 tipos H diferentes y nueve tipos N diferentes, pero las cifras diferencian meramente las cepas y no indican mayor severidad.
Como ya se mencionó en el siglo XX hubo tres pandemias de gripe. Funcionarios mundiales de salud están observando cuidadosamente los actuales brotes de gripe porcina en México y Estados Unidos para ver si existe el riesgo de que este virus detone la pandemia siguiente.
Lo que sigue es un vistazo a algunas pandemias ocurridas en el pasado :
- 1918. La pandemia de gripe española que inició en 1918 fue posiblemente el brote más mortal de todos los tiempos. Fue identificada primero en Estados Unidos, pero fue conocida como gripe española porque recibió más atención de los medios en España que en otros países, los cuales estaban censurando a la prensa durante la Primera Guerra Mundial. La gripe de 1918 fue una cepa H1N1 -diferente a la que afecta actualmente a México y Estados Unidos- y atacó mayormente a adultos jóvenes sanos. Los expertos calculan que causó la muerte de entre 40 uy 50 millones de personas en todo el mundo.¡
- 1957. La pandemia de 1957 fue conocida como gripe asiática. Fue causada por una cepa H2N2 y fue identificada primero en China. Hubo dos olas de enfermedad durante esta pandemia; la primera ola atacó principalmente a niños, mientras que la segunda afectó mayormente a ancianos. Esta causó cerca de dos millones de muertes en el mundo.
- 1968. La pandemia más reciente, conocida como gripe de Hong Kong, fue la más leve de las tres pandemias del siglo. Fue detectada primero en Hong Kong en 1968 y se extendió globalmente en los dos años siguientes. Las personas más susceptibles al virus fueron los ancianos. Aproximadamente un millón de personas fallecieron por la pandemia de cepa H3N2.
En 1976, una cepa de influenza porcina comenzó a infectar a las personas en Fort Dix, Nueva Jersey, y preocupó a los funcionarios de salud estadounidenses porque se creía que el virus estaba vinculado con el que provocó la gripe española de 1918. Cuarenta millones de personas fueron vacunadas pero el programa fue interrumpido después de que varios casos del síndrome de Guillain-Barré, un trastorno grave y algunas veces fatal vinculado a algunas vacunas, fueron informados. El virus nunca se movió fuera del área de Fort Dix. La gripe aviaria H5N1 es la amenaza de pandemia más reciente. Apareció por primera vez en 1997 y continuó infectando a los humanos que tenían contacto directo con gallinas. El virus H5N1 o gripe aviar no se propaga fácilmente de una persona a otra. Desde el 2003, el virus H5N1 ha infectado a 421 personas en 15 países y ha provocado la muerte de 257. Ha matado o provocado una matanza selectiva de más de 300 millones de aves en 61 países en Asia, Oriente Medio, Africa y Europa.
En todo caso, las autoridades del organismo mundial han insistido en que aún se pueden minimizar los efectos de este brote de gripe porcina, pese a que ya se ha verificado su transmisión de persona a persona. En qué consiste cada fase:Fase uno: El virus de la influenza circula entre animales y no se reporta la transmisión a humanos. Fase dos: El virus presente en animales domésticos y salvajes infecta a los humanos, por lo que se considera que una pandemia se puede desarrollar. Fase tres: Grupos pequeños de personas adquieren la infección. El contagio entre humanos ocurre de forma limitada y bajo circunstancias específicas. Sin embargo, el hecho de que el virus se transmita entre personas no necesariamente significa que causará una pandemia. Fase cuatro: Se verifica la transmisión entre personas y el virus causa brotes de la enfermedad en comunidades. En esta etapa aumenta el riesgo de que se desate una pandemia, pero no necesariamente significa que sea inminente. Fase cinco: Se caracteriza por el hecho de que el virus se esparce entre humanos en al menos dos países de una misma región del mundo. La declaración de esta fase es un mensaje claro de que la pandemia es inminente y que el tiempo para que se implementen medidas para mitigar la infección es breve. Fase seis: Ocurre la pandemia, es decir, la enfermedad está presente en distintas regiones del mundo. En la fase siguiente, que se genera después de que el virus alcanzó su punto máximo, los niveles pandémicos de la enfermedad se reducen. No obstante, es incierto si se producirán nuevas oleadas de la enfermedad. En el período posterior a la pandemia, la influenza retorna a los niveles normales de la gripe estacional. Se trata de la etapa de recuperación.


Influenza mortal: Mendoza ya lo vivió

En 1918 la fiereza de la gripe española conmovía al mundo. Llegó a la provincia, cobrándose 300 vidas. ¿Qué pasó ayer con esta epidemia? ¿Qué puede pasar mañana?

Desde el extranjero, varios individuos llegaron a la provincia de Mendoza y se alojaron en la casa de unos parientes españoles que vivían en la ciudad. A los pocos días, los viajeros comenzaron a sentir síntomas de decaimiento, fiebre muy alta y mucha tos. Con el correr del tiempo, la situación de los enfermos era cada vez más grave. Este cuadro virósico se extendió a los vecinos y la enfermedad comenzó a propagarse con rapidez entre los habitantes.

Los diarios informaban que existía una epidemia en España y que había cobrado gran cantidad de víctimas.

El gobierno de la provincia tomó medidas sanitarias y llamó a los mejores facultativos para detectar cuáles eran las causas de la epidemia.

Desde el ente de salud señalaron que se trataba de un virus denominado influenza H1N1 y que si no se tomaban acciones profilácticas inmediatas podría causar la muerte de gran parte de la población.

Esta historia se desarrolló a mediados de 1918, pero tiene mucha actualidad, desgraciadamente, al compararla con la reciente epidemia de “gripe porcina” o “mexicana” que está causando centenares de muertos en el país azteca y que amenaza extenderse. Entonces, ¿qué pasó ayer, qué puede pasar mañana?

El mundo afiebrado

Corría 1918 y la Primera Guerra Mundial estaba a punto de finalizar, pero comenzaba una nueva batalla; ahora contra el virus H1N1.

Esta epidemia, mal llamada “gripe española”, tuvo su primer caso en Kansas, Estados Unidos, el 4 de marzo de ese año. Por entonces el virus sólo causaba una dolencia respiratoria leve, aunque muy contagiosa, como cualquier gripe. En abril ya se había propagado por toda Norteamérica, y había cruzado el Atlántico para instalarse en Europa con las tropas americanas.

En Francia el mismo virus se extendió principalmente en la ciudad de Brest. Ya se sabía que causaba neumonía con rapidez y, a menudo, la muerte, sólo dos días después de los primeros síntomas.

Luego pasó a España en donde se contagiaron millones de personas. Era imparable. Los brotes se extendieron a casi todas las partes habitadas del mundo, empezando por los puertos y propagándose por las carreteras principales. Sólo en India hubo 12 millones de muertos.

Argentina no escapó del flagelo: en nuestro país se registraron más de 4.000 muertos.

Al finalizar la primera guerra (1914-1918) murieron nueve millones de personas. La gripe española de ese mismo año acabó con la vida de 40 millones. Fue la peor de las tres epidemias mundiales de gripe del siglo XX (1918, 1957 y 1968) y, de hecho, la peor pandemia de cualquier tipo registrada en la historia.

¿Cómo se vivió en Mendoza?

Los pobladores de nuestra ciudad y algunos departamentos empezaban a enfermarse de esta “grippe”-como se escribía en aquel tiempo- contagiándose súbitamente, pero la respuesta de las autoridades sanitarias de la provincia fue inmediata y muy eficiente. Es probable pensar que estaban no muy lejanos los ingratos recuerdos de la epidemia del cólera producida a fines del siglo XIX.

Sin embargo, las autoridades nacionales no habían tomado ninguna decisión para atacar esta pandemia, ya que el gobierno nacional estaba pensando en los próximos comicios electorales.

Esto causó el desagrado de los funcionarios locales.

Todos los días, más y más personas se enfermaban y la asistencia pública no daba abasto con los enfermos que llegaban para internarse. Los más graves eran trasladados a las llamadas casas de aislamiento en donde se les asistía intensivamente.

Los focos de mayor infección se habían ubicado en las calles Chile, General Paz, Godoy Cruz hasta Barcala. También se tenían noticias de que en los departamentos de Luján y de General Alvear la epidemia se había cobrado gran cantidad de vidas.

Ni el gato quedó en la calle

Fue tal el contagio masivo que hasta los principales miembros del gobierno estaban enfermos, pero no por eso dejaron de ejecutar acciones para frenar la “gripe española”. En la ciudadanía cundió el pánico pero, inmediatamente, el entonces director de salud, doctor Eduardo Teseire, ordenó el cierre de la frontera con Chile y formar un cordón sanitario en la localidad de Las Cuevas.

También se decretó la suspensión de las actividades escolares por varias semanas. Se suprimieron las actividades recreativas y públicas, ordenándose el cierre de teatros, confiterías y cines. Por ordenanza municipal se tomaron las precauciones para que los vendedores de carnes, verdura y otros alimentos, cumplieran al máximo con la higiene.

Además se desinfectaron los templos de la ciudad y se pidió a los fieles que no concurrieran masivamente a las iglesias por el contagio de la enfermedad. Hasta se suspendieron los partidos de fútbol, que en aquel momento comenzaban a ser una pasión para los mendocinos.

Las calles de la ciudad estaban desiertas, no había tranvías, los negocios estaban cerrados y se veía muy pocos carros transitando las avenidas.

La poción salvadora

En aquel momento no existían los barbijos, ni guantes de látex, ni gel para prevenir este virus.
Tampoco había un medicamento que pudiera curar la enfermedad, como hoy es el caso del oseltamivir, comercialmente llamado Tamiflu.

Solamente los facultativos recetaban un medicamento a base de esencia de canela y alcohol que debían dar al paciente, en una cucharita, disuelto en agua azucarada cada tres horas. Habían otras pócimas salvadoras que vendían las farmacias de la ciudad.

Como toda epidemia, con las medidas tomadas y con el tiempo, fue decreciendo. Poco a poco, la población comenzó a recuperarse de aquella gripe. Lo que no se publicó entonces fue que, al menos, 300 mendocinos fallecieron.

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