jueves, 26 de marzo de 2009

LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA LIBERAL 1919 - 1939

LA CRISIS DE LAS DEMOCRACIAS LIBERALES

La Primera Guerra Mundial concluyó con la derrota de los imperios autoritarios de Alemania y Austro-Hungría. El extenso y otrora poderoso Imperio turco cayó bajo una revolución de corte reformista y occidentalizante que abolió el sultanado.
Salvo en la URSS, el sistema político democrático pareció consolidarse tras el conflicto. Las constituciones recogieron derechos como el sufragio universal masculino y femenino (Reino Unido en 1918, Alemania en 1919 y Estados Unidos en 1920), mejoras laborales como la jornada de 8 horas, medidas de carácter protector en caso de enfermedad y vejez, etc.
Sin embargo, la forma en que se resolvió la paz (Tratado de Versalles y cuestión de las indemnizaciones), el temor suscitado entre la burguesía conservadora por el éxito de la Revolución Soviética, así como las consecuencias de la crisis de 1929, impidieron el fortalecimiento de la vía democrática y alentaron las tendencias autoritarias.
El período de Entreguerras fue testigo de la lucha entre tres concepciones ideológico-políticas: la democracia liberal, desacreditada tras la crisis de 1929, el comunismo, triunfante en la URSS, y el totalitarismo de carácter nazi-fascista.
En Europa occidental, dos estados esenciales por su peso histórico, económico y político, Alemania e Italia, abandonaron la democracia y evolucionaron hacia el totalitarismo. Similar fenómeno aconteció en Europa oriental y meridional con el desarrollo de movimientos fascistas o el advenimiento de regímenes antidemocráticos y autoritarios.
En todos esos casos se impusieron gobiernos militaristas que destruyeron el parlamentarismo y persiguieron a partidos políticos y a sindicatos por igual.
Otros países, sin embargo, mantuvieron el vigor de sus estructuras democráticas. Fue el caso de Francia, Reino Unido, Holanda, Bélgica, Países Escandinavos (Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca), Checoslovaquia o Suiza.
Fuera de Europa, Estados Unidos se convirtió en el baluarte del Estado liberal democrático clásico.
Con todo, los países que resistieron exitosamente el embate del totalitarismo, vieron crecer en su seno movimientos de índole fascistizante que desestabilizaron durante los años veinte y treinta las relaciones sociales y polítícas. Fue el caso de Bélgica (Degrelle), Gran Bretaña (Oswald Mosley), etc. Estas tendencias, a diferencia de lo acontecido en Alemania e Italia, no liquidaron la democracia de esos estados, al no lograr consumar su ascenso al poder.
Causas de la crisis de las democracias
Varios son los factores que contribuyeron en la crisis de las democracias:
Los problemas de la posguerra
Las repercusiones de la crisis de 1929
EL ASCENSO DE LOS FASCISMOS
Los fascismos surgieron tras la Gran Guerra en un escenario de crisis económica, social y política.Constituyeron una ideología que en mayor o menor medida se extendió por casi toda Europa a través de organizaciones inspiradas en el modelo italiano de Mussolini y, algo más tarde, en el nazismo alemán.
Su acción contribuyó decisivamente al estallido de la Segunda Guerra Mundial, al término de la cual, derrotados, desaparecieron de la mayor parte de los estados europeos.
Sin embargo, la ideología fascista ha pervivido, en cierta medida, hasta nuestros días, auspiciada por grupos minoritarios y dispersos, que han conseguido, en ocasiones, una significativa importancia en el panorama político europeo. Es el caso de formaciones de extrema derecha nacionalista como el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen en Francia.
El término "fascismo" proviene de la palabra “fascio”, cuyo significado indica “haz”, cantidad ligada de hierbas, espigas o cualquier otro tipo de objetos.
Pero de forma más exacta, la palabra alude a las "fasces" ("haces"), símbolo romano de poder. Las fasces romanas estaban compuestas por un fajo de bastones de madera amarrados entre sí por un cinto de cuero del que sobresalía un hacha.
Los bastones representaban la autoridad y el hacha el poder sobre la vida o la muerte. El fascismo italiano, identificado con la grandeza del imperio romano al que intentó emular, adoptó las fasces como símbolo y nombre de su movimiento.
Los haces sugieren también la idea de unión o ligazón, es decir, la homogeneidad y cohesión que caracterizaban a la "nueva sociedad" fascista, en contraposición con la disgregación que aquejaría a las sociedades liberales democráticas.
Características de los fascismos
Totalitarismo
Antiliberalismo y anticapitalismo
Antimarxismo
Autoritarismo y militarismo
Ultranacionalismo
Liderazgo de un jefe carismático
Empleo de la propaganda y el terror
Racismo y xenofobia
Totalitarismo
En los regímenes fascistas el Estado intervino en todos los ámbitos de la vida, arrebatando a los individuos su libertad. Controló la actividad privada, la política, la economía, la educación, los medios de comunicación.
La persona existía en tanto existía el Estado y quedó subordinada a las necesidades de éste. Se invirtieron de ese modo los fundamentos del Estado liberal cuyo poder emanaba de las personas. El Estado fascista se fundamentó en la fuerza, en un líder, en la jerarquía, no en los votantes y ejerció un absoluto control de la sociedad. La división de poderes dejó de funcionar y el ejecutivo se apropió de las funciones de los otros dos.
El Partido oficial fue la única organización política permitida. A través de él se fiscalizó y reguló la acción del Estado con el que llegó a confundirse, siendo su poder omnímodo.
Antiliberalismo y anticapitalismo
Los ideólogos fascistas tildaron al liberalismo de ser una ideología débil, incapaz de frenar al auge del comunismo e ineficaz para mantener el rumbo de una economía sometida a cíclicas crisis. La democracia y el sufragio universal fueron considerados métodos artificiales para igualar la natural desigualdad entre los hombres.
La libertad, encarnada en los derechos de expresión, asociación o reunión se contempló con desdén: intelectuales y artistas fueron hostigados cuando no se ajustaron a los cauces establecidos por el Estado fascista.
Los partidos políticos fueron considerados instrumentos de desmembración social y, en aquellos países donde el fascismo alcanzó el poder, fueron ilegalizados y perseguidos. La unidad del Estado se consideró sagrada y para preservarla, se confíó en la acción de un único partido bajo el liderazgo del jefe o caudillo.
El capitalismo se identificó con los financieros y banqueros judíos, considerados como la degeneración de la burguesía. Se distinguió claramente entre la figura del gran capitalista, sinónimo de usurero corrupto, y la del empresario, honrado y laborioso.
El anticapitalismo fascista se pregonó a través de la denuncia de explotación de los trabajadores y en la puesta en práctica de ciertas medidas populares: participación en los beneficios empresariales de los obreros, creación de sistemas de seguridad social, etc.
Empresarios, trabajadores y producción quedaron al servicio del Estado. Se encuadró a los obreros en ramas organizadas según la actividad laboral (construcción, textil, metalurgia, etc), en las que también se integró a los empresarios. Los sindicatos de izquierda, nacidos para la defensa de los intereses de la clase trabajadora frente a la patronal, fueron suprimidos y sustituidos por organizaciones estructuradas al modo militar.
Sin embargo, frente a ese discurso propagandístico, Hitler, Mussolini y otros dictadores fascistas se apoyaron manifiestamente en el gran capital al que recurrieron como fuente de financiación en su carrera hacia el poder. Una vez alcanzado éste, la alianza con los grandes empresarios fue estrechándose hasta constituir la columna sobre la que se vertebró la economía.
Para granjearse el apoyo del capital se hizo necesario, en algunos casos, eliminar aquellos sectores que en el seno de la propia organización fascista postulaban cambios revolucionarios en la sociedad. Así sucedió en Alemania, cuando Hitler destruyó la influencia de las SA en la "noche de los cuchillos largos", durante la cual fue asesinado Ernst Röhm, su principal jefe junto con otros dos centenares de mandos.
Algo similar aconteció en España: el general Franco, una vez concluida la contienda civil, procedió a reorganizar Falange Española de las JONS (Decreto de Unificación, 1937), la principal formación de carácter fascista española, despojándola de su contenido revolucionario, lo que originó la oposición y consiguiente represión de algunos de sus más significados líderes, como Manuel Hedilla.
Antimarxismo
La lucha de clases, elemento esencial del análisis marxista sobre la división social y las relaciones de producción, chocaba profundamente con la homogeneización y el corporativismo social propuestos por el fascismo. Sindicatos, partidos políticos, organizaciones de izquierda fueron hostigados, primero por grupos de carácter paramilitar y, mas tarde, ilegalizados y perseguidos en el seno del Estado totalitario
La presión del fascismo sobre los partidos y organizaciones obreras coincidió con una profunda desunión de las izquierda.
Así por ejemplo, en Alemania, comunistas y grupos extremistas criticaban a los más moderados, los socialdemócratas, acusándolos de tibieza frente al capitalismo y la derecha, contribuyendo con ello a la desestabilización de la República de Weimar cuyo principal activo radicaba precisamente en la izquierda moderada.
En 1919 estalló una revuelta en Berlín, protagonizada por elementos comunistas, los espartaquistas, que fue duramente reprimida por soldados de la República, ayudados de grupos paramilitares de extrema derecha, los Freikorps.
En Italia, los objetivos más castigados por las organizaciones paramilitares fascistas fueron los comunistas, socialistas y sindicalistas, como acaeció durante la huelga general celebrada el 31 de julio de 1932, que dejó innumerables muertos por todo el país.
Autoritarismo y militarismo
El fascismo concebía la sociedad como si de una organización militar se tratase. Había de formar un solo cuerpo, perfectamente vertebrado, en el cada persona ocupara su correspondiente lugar y desarrollase su función. En el seno de este organismo no tenían cabida las discrepancias o la desunión.
Como en cualquier ejército, la autoridad, la disciplina y la fuerza se impusieron a la igualdad, la libertad de acción y el pacifismo. La destrucción de todo aquello que contraviniese esos principios se llevó a cabo mediante el empleo de la violencia.
Para realización de tal cometido se contó con el concurso de fuerzas de carácter paramilitar: las SA nazis, los camisas negras italianos o los falangistas españoles, que junto a los cuerpos regulares de la policía y otros de carácter especial (Gestapo alemana), fueron los encargados de erradicar los elementos hostiles al nuevo Estado.
El fascismo potenció el papel de las fuerzas armadas, esenciales para llevar a cabo los planes de expansión territorial que permitiesen ensanchar el espacio vital del pueblo y vengar los agravios históricos sufridos.
En Alemania la “teoría del espacio vital” se llevó a la práctica a partir de 1938, con la anexión de Austria, Checoslovaquia y Polonia.
Diseñó una escenografía con el objetivo de exaltar y glorificar los valores militares, transmitiendo a la sociedad un sentido guerrero de la vida. A través de gigantescos y pomposos desfiles fueron congregadas auténticas multitudes con el objeto de fomentar el patriotismo.
Niños y jóvenes recibieron una educación basada en los valores castrenses, proliferando el uso de uniformes de carácter pseudomilitar (camisa negra en Italia, parda en Alemania, azul en España, etc) y los gestos y actitudes marciales (saludo fascista).
Ultranacionalismo
Los fascismos ambicionaron alcanzar la unidad y la identidad nacionales, desde una visión conservadora, excluyendo y hostigando a quienes pusiesen en peligro tal aspiración, ya fuesen otras naciones o, dentro del mismo Estado, aquellos elementos considerados extraños, por ejemplo, las minorías raciales (judíos, gitanos, etc).
Los movimientos de carácter internacionalista, como la III Internacional (Komintern) y los grupos políticos que la integraban (comunistas), fueron también condenados y perseguidos, acusados de estar al servicio de potencias extranjeras, fundamentalmente de la URSS.
Hubo casos en los que los sentimientos nacionales se exasperaron, como en el caso de las regiones de Alsacia y Lorena, en poder de Francia a raíz del Tratado de Versalles, o la parte oriental de la Prusia alemana, bajo soberanía polaca.
En ambos casos el nacionalismo fue alentado y utilizado como arma política contra otros estados, creando un ambiente de xenofobia, rencor e intransigencia que originó tensiones y conflictos.
En febrero de 1938 Hitler anexiona Austria al III Reich (Aschluss). Parte de la población austriaca, de habla y cultura germánicas, vio con agrado esta acción que había sido prohibida por las potencias vencedoras tras la Gran Guerra y que formaba parte de las reivindicaciones nacionalistas alemanas.
Frente a este ambiente de ultranacionalismo, las principales potencias democráticas reaccionaron con tibieza, adoptando una estrategia conocida como "política de apaciguamiento", basada en el mantenimiento a toda costa de la paz pese a las provocaciones y hostilidad de las potencias fascistas.
En septiembre de 1938, por el "Pacto de Munich", el Reino Unido y Francia concedieron a Hitler licencia para anexionarse gran parte del territorio de los Sudetes (Bohemia-Moravia), perteneciente a Checoslovaquia y donde residía una importante minoría de origen alemán.
Los acuerdos de Munich resultaron un fracaso, pues meses más tarde (marzo de 1939), Hitler invadía la totalidad del territorio checo. El ataque a Polonia (septiembre de 1939) culminaría esa escalada de agresiones, originando la Segunda Guerra Mundial.
Para condicionar a las masas en torno a la idea de una patria común se manipuló a conveniencia la historia: por ejemplo, Mussolini volvió su mirada en la antigua Roma, tratando de evocar la grandeza de ese imperio e identificando la Italia fascista con él.
Consideró "mare nostro" al Adriático, al modo en que los romanos distinguieron al Mediterráneo. Creó un imperio que, hasta 1941, tuvo posesiones en África (Somalia, Etiopía o Abisinia y Libia), en el Egeo (Dodecaneso) y en el Mediterráneo (Albania).
Ejemplos similares se dieron en otros regímenes totalitarios: en España, el franquismo apeló a la monarquía de los Reyes Católicos y a la época de los primeros Austrias como paradigmas de unidad y grandeza. Valores que había que rescatar frente a la "desunión" y "decadencia" en que había caído el país.
Liderazgo de un jefe carismático
Los fascismos trataron de conseguir la armonía social bajo la benefactora acción de un jefe ("duce, führer, caudillo"). Sin su liderazgo, la naturaleza amorfa de las masas desembocaría en el desgobierno y el caos.
Para llevar a cabo su misión el jefe debía rodearse de una élite competente, preparada y portadora de la razón y la verdad. Los individuos eran considerados ineptos para la asunción de responsabilidades y la toma de decisiones por sí mismos, su papel en la sociedad fascista era el de súbditos, no ciudadanos de pleno derecho.
El jefe debía estar dotado de un especial carisma que lo distinguiese del resto de los mortales y aglutinara las diferentes tendencias dentro del poder. De ese modo se evitaba el peligro que padecían las sociedades democráticas, acosadas por el fantasma de la desintegración partidista.
Ante el líder solo rezaba actuar con una fe ciega expresada a través del culto a la personalidad. Además de su papel dirigente, la misión de jefe era servir de guía del pueblo, ejerciendo sobre él una labor benefactora y paternal.
La propaganda se encargó de glorificar insistentemente ese papel, haciendo uso de todos los medios a su alcance. Especialmente útil fue la radio, cuyas ondas llegaban fácilmente a los más recónditos lugares y se encontraba presente en numerosos hogares.
Empleo de la propaganda y el terror
Para atraerse a las masas, los regímenes fascistas pusieron gran empeño en controlar los medios de comunicación, especialmente, la radio y la prensa. Una vez en el poder abolieron la libertad de opinión, persiguieron a los periodistas independientes y utilizaron masivamente la propaganda para inculcar valores como patria, jefe, raza, etc.
Maestro sin igual en esas prácticas fue el Ministro de Propaganda del III Reich, Joseph Goebbels.
Junto a esos medios se empleó el terror, la delación, la represión y la reclusión en campos de concentración, valiéndose incluso del asesinato.
Simultáneamente, se pretendió ofrecer una imagen atractiva del régimen, tanto en exterior como en el interior, mediante el empleo de una parafernalia grandilocuente: exhibición de vistosos uniformes, saludos marciales, despliegue de banderas y estandartes, brillantes desfiles militares presididos por los jerarcas, discursos, etc. Se intentaba de ese modo impresionar a las masas y comerlas de orgullo patriótico.
En 1936 los Juegos Olímpicos se celebraron en Berlín. Hitler aprovechó la ocasión para transmitir al mundo la imagen de una Alemania moderna, fuerte y unida bajo un indiscutible liderazgo.
Racismo y xenofobia
Todo aquello que el fascismo interpretó que podía descomponer una sociedad uniforme y rígidamente estructurada fue perseguido. Así ocurrió con las minorías raciales (judíos, eslavos, gitanos, etc).
En la Alemania nazi estos grupos fueron en principio aislados para evitar que contaminasen a los "ciudadanos normales"; más tarde se procedió a eliminarlos desde una visión que perseguía contribuir a la idea eugenésica de mejorar la raza aria, considerada como superior e identificada con el pueblo alemán.
Otros pueblos, racialmente impuros (ej., los eslavos) fueron objeto de desprecio o persecución y, en cualquier caso, puestos al servicio de los intereses de esa raza superior.
Tras esos planteamientos subyacía, de hecho, un darwinismo social que enfatizaba pseudocientíficamente la desigualdad cultural, racial y étnica de la humanidad, estableciendo una escala en importancia cuyo peldaño superior era ocupado por la raza aria.
Esa idea suponía la culminación ideológica que los europeos habían exhibido durante la formación de los grandes imperios coloniales.
Especialmente significativo fue el caso de los judíos, a quien los jerarcas nazis responsabilizaban de ser el origen de los males que aquejaban al pueblo alemán y, por lo tanto, merecedores de ser destruidos. Para ello se planificó la “solución final”.
En otros países (Italia, España) la xenofobia y el racismo, si bien estuvieron presentes en su discurso ideológico, no llegaron a alcanzar el grado de encono, violencia y sistematización que en la Alemania hitleriana.
El fascismo italiano

La formación del Estado fascista en Italia arrancó en 1922. Dos décadas más tarde, concluyendo la II Guerra Mundial, llegaría su fin, cuando el último reducto de Mussolini, la República de Saló (República Social Italiana), sustentada por los alemanes, fue derrotada por los aliados.
El líder indiscutible del fascismo italiano fue Benito Mussolini, nacido en 1883 en el seno de una familia de origen humilde (su padre era herrero).
Se formó como maestro de escuela y ejerció como tal durante cinco años, militó en el Partido Socialista Italiano desde 1900 hasta 1914, fecha en que fue expulsado de la organización por defender la entrada de Italia en la guerra, frente al neutralismo del partido. En 1915 fue militarizado y en 1917 gravemente herido en combate.
Una vez recuperado se embarcó en una intensa actividad política y periodística, ejerciendo su labor en el periódico “Il Popolo”, que él mismo había fundado en 1914.
En 1919 constituyó en Milán el grupo de carácter paramilitar los “Fasci di Combattimento” (fascios italianos de combate), grupo paramilitar, de ideología ultranacionalista, anticomunista y antiliberal, cuyos miembros lucían uniformes de color negro. De ahí surgiría en 1921 el Partido Nacional Fascista.
Mediante la acción violenta sobre socialistas, comunistas, anarquistas y, en general sobre todos los demócratas italianos, logró alcanzar el poder en 1922, creando un régimen totalitario constituido en precedente y modelo de otros tantos surgidos en Europa a lo largo de la década de los treinta.
Los orígenes del fascismo italiano
La génesis del Estado fascista ha de vincularse con la crisis que azotó Italia al final de la I Guerra Mundial. Alineada en el conflicto con Francia, Gran Bretaña y Rusia (pese a su inicial pertenencia al bando opuesto) salió vencedora del conflicto, pero lo hizo aquejada de serios problemas económicos, sociales y políticos que dieron lugar a una fuerte conflictividad y propiciaron el descrédito del sistema parlamentario liberal.
Económicamente, el país concluyó la guerra debilitado, con un industria dañada, con el norte -el más desarrollado- muy afectado por los combates y con una todavía anticuada estructura rural en el resto. El paro y la inflación fueron en constante incremento.
Socialmente, la crisis económica condujo a una notable agitación en los sectores más radicales de la clase obrera, partidarios de tesis revolucionarias del estilo de las desarrolladas por los bolcheviques en Rusia.
Esta situación sembró la inquietud entre las clases medias y la gran burguesía, a partir de entonces, atraída por la acción contrarrevolucionaria y violenta de los fascistas frente a la izquierda. Políticamente, el nacionalismo italiano se sintió herido al interpretar que Italia había sido maltratada en las negociaciones llevadas a cabo por los vencedores en la Paz de París. Este sentimiento fue hábilmente explotado por Mussolini quien en todo momento hizo alarde de una política de exaltación patriótica.
Durante el desarrollo de esas negociaciones, y con la oposición de las potencias, numerosos excombatientes ultranacionalistas se agruparon en torno a la figura del "poeta-soldado" D’Annunzio y ocuparon en 1919 la ciudad yugoslava de Fiume (hoy Rijeka, en Croacia), creando en 1920 un pequeño estado de carácter totalitario que más tarde se vinculó a Italia en 1924.
En 1945, una vez derrotado el fascismo, Fiume volvió a ser reintegrada a Yugoslavia.
Fascismo italiano. La toma del poder
La llegada al poder del fascismo tuvo lugar enmedio de una Italia revuelta.
Tres fuerzas principales comprendían el arco político a comienzos de la década de los 20: destacaba el Partido Popular Italiano, de ideología católica moderada, creado en 1919 por el Secretario de Acción Católica Luigi Sturzo y apoyado por el papa Benedicto XIV.
Le seguía en importancia el Partido Socialista, sujeto a fuertes tensiones internas que terminaron con su ruptura en dos sectores. Uno de ellos se convirtió en 1921 en la tercera fuerza política italiana: el Partido Comunista, de carácter revolucionario, integrado en la III Internacional (Komintern) y entre cuyos fundadores destacó el pensador y escritor Antonio Gramsci.
La cuarta fuerza presente en la vida política italiana era el Partido Fascista, surgido en 1921 de los "Fasci di Combattimento", en cuyo seno convergían diversos sectores, desde antiguos socialistas (caso del mismo Mussolini) hasta grupos ultraconservadores.
La progresión del Partido Fascista fue rápida. En 1920 sus miembros protagonizaron numerosos actos de violencia frente a militantes de izquierda y sindicalistas. En 1922 su presencia en la vida política italiana era ya un hecho, copando numerosos gobiernos de carácter local y provincial y reuniendo en sus filas numerosos simpatizantes procedentes de círculos empresariales, la Iglesia y el Ejército.
La inestabilidad de la situación política italiana de posguerra propició el ascenso del fascismo. Los trabajadores, organizados en activos sindicatos como el socialista Confederación General Italiana del Trabajo participaron en importantes movilizaciones (ocupación de tierras y fábricas entre 1919 y 1920) que culminaron en una huelga general el 31 de julio de 1922. Ésta fue aplastada por la reacción violenta de grupos fascistas que sembraron de víctimas el país.
Los grandes propietarios industriales y agrarios, los católicos, los conservadores, atemorizados por las proclamas revolucionarias del izquierdismo más radical, se refugiaron en el profundo anticomunismo de los “fasci”. La violencia se apoderó de pueblos y ciudades favorecida por la inepcia y la inoperancia de los débiles y efímeros gobiernos que se sucedían con rapidez, enmedio del descrédito del sistema parlamentario. Estos hechos favorecieron que un creciente número de italianos reclamara la acción de un gobierno fuerte y estable.
En ese ambiente se produjo el definitivo asalto al poder del fascismo. La oportunidad llegó tras la “Marcha sobre Roma” organizada en el mes de octubre de 1922. Mediante esa maniobra los fascistas pretendían forzar la dimisión del gobierno constitucional e imponer el de Mussolini.
La Marcha sobre Roma movilizó a miles de fascistas de todo el país que se dirigieron desde Nápoles hacia la capital. Ataviados con característicos uniformes, “los camisas negras” fueron conducidos por Mussolini que permaneció en Milán a la espera del desarrollo de los acontecimientos.
El Jefe de Gobierno, Luigi Facta, pidió al Jefe del Estado -el rey Victor Manuel III- que declarase el estado de sitio para detener la marcha, pero éste se opuso a la medida. En las razones de tal decisión posiblemente debió pesar el temor que suscitaba en el monarca el estallido de una revolución socialista y el desencadenamiento de una guerra civil.
También influyó en él la desconfianza que sentía por los políticos del Partido Popular de Sturzo. Por lo demás, la patronal e importantes sectores del ejército, simpatizaban de forma abierta con Mussolini.
El 29 de octubre el rey pidió a éste la formación de un gobierno. El fascismo había llegado al poder con el concurso del jefe del Estado italiano.
El ascenso al poder de Mussolini no ocasionó de forma automática la implantación de un Estado fascista.
Aunque convertido en primer ministro, gobernó durante unos meses sustentado en una coalición de partidos (liberales, nacionalistas y católicos) dentro de los cauces constitucionales; de hecho, su primer gobierno (1923) tan solo contó con cuatro ministros fascistas.
En 1924 se celebraron elecciones generales en un ambiente de tensión y violencia. De 7 millones de votos algo más de 4 fueron para los "fasci", mientras que 3 recayeron sobre la oposición. Sin embargo, aquellos obtuvieron mayoría gracias a una ley electoral aprobada en 1923, según la cual el partido que obtuviese un 25 % de los votos se alzaría con una representación de dos terceras partes de la Cámara.
Las denuncias en el Parlamento del diputado socialista Giacomo Matteoti de las arbitrariedades y la violencia cometidas por los fascistas precedieron a su secuestro y posterior asesinato. Todo indicó que el responsable de tal crimen había sido Mussolini.
El escándalo y las protestas que se elevaron desde todos los sectores políticos, la prensa y el extranjero arrinconaron a Mussolini. Diversos sectores de la coalición de gobierno le volvieron la espalda.
El Partido Popular de Sturzo e importantes sectores de la Iglesia condenaron el hecho.
Los intelectuales y el mundo académico firmaron un comunicado de rechazo. Mussolini fue repudiado internacionalmente y el fascismo estuvo sujeto durante meses a una fuerte crisis que a punto estuvo de costarle el poder.
Los diputados de la oposición abandonaron el Parlamento. Ya no volverían a ocupar sus escaños.
Pese a su crítica posición, Mussolini conservó el poder merced al rey que no lo relevó del gobierno. A partir de entonces su labor se concentró en silenciar cualquier tipo de oposición.
En 1925 suprimió los partidos políticos, los sindicatos y la libertad de prensa, mandó arrestar a los líderes de izquierda (Ej. Gramsci). Centenares de miles de italinos hubieron de exiliarse. Nacía el Estado totalitario controlado por un líder fuerte e indiscutido.
El Estado fascista italiano
El asesinato del diputado socialista Matteotti en verano de 1924 conmocionó Italia y provocó una oleada de indignación que se extendió por el mundo político, periodístico y diplomático. Sin embargo, una vez superado el bache el fascismo se repuso y aceleró la implantación del Estado totalitario, que en 1925 se encontraba ya plenamente conformado.
El nazismo alemán
La llegada al poder de Hitler en 1933, a través de las urnas, arruinó la experiencia democrática de Weimar y supuso la implantación de un Estado totalitario basado en una dictadura personal. Las repercusiones a nivel internacional fueron enormes. En los años treinta Alemania emprendió una política de rearme en una estrategia agresiva y expansionista que condujo a la Segunda Guerra Mundial.

El nazismo no puede entenderse sin la figura de Adolf Hitler (1889-1945), su máximo representante e ideólogo. Hijo de un funcionario austríaco de aduanas, su verdadera pasión de juventud fue la pintura. Se trasladó a Viena con el fin de ingresar en la Academia de Bellas Artes, pero fue suspendido en el examen de ingreso.
Su estancia en la capital del Imperio Austríaco transcurrió entre penurias económicas. En 1913 la abandonó y se trasladó a la ciudad alemana de Munich. Por aquel entonces ya tenía profundamente arraigados sus ideales.
La I Guerra Mundial le sorprendió en Alemania en cuyo ejército se enroló como voluntario. Por su arrojo obtuvo varias condecoraciones y fue herido en 1916.
La derrota alemana le causó una profunda consternación y responsabilizó de ella a los políticos socialistas, comunistas y judíos quienes, según él, habían asestado desde la retaguardia una “puñalada por la espalda” al valeroso ejército alemán. Consideró la firma del Tratado de Versalles como una humillación inaceptable y se impuso la tarea de devolver a Alemania su papel de potencia respetada y temida en el mundo.
En 1919 Hitler se afilió al pequeño Partido de los Trabajadores Alemanes. Un año más tarde esta formación adoptó el nombre de Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores (Nationalsozialistiche Deutsche Arbeiter-Partei), cuyas siglas fueron NSDAP, más conocido por "Partido Nazi".
Se trataba de un grupo de carácter radical que empleó como organización de choque a las SA (Sturm Abteilung) o “sección de asalto”, cuya dirección fue encomendada a E. Röhm. Éste junto a otros jerarcas como Goering, Strassner y Rudolf Hess, constituyeron el primitivo núcleo organizativo del joven partido.
Los orígenes del nazismo
En 1923 el Partido Nazi celebró su primer congreso, para entonces contaba con aproximadamente 20.000 militantes. Ese mismo año tuvo lugar la invasión franco-belga de la región alemana del Ruhr, en teoría para salvaguardar el pago de determinadas partidas de reparación de guerra que Alemania había dejado de cumplir.
El nacionalismo alemán, exacerbado por el gobierno, desencadenó una oleada de protestas y sabotajes contra los ocupantes.
El Estado se comprometió a indemnizar a los afectados por la invasión, recurriendo para ello la emisión de abundante papel moneda, originando una HIPERINFLACIÓN que hundió la economía alemana, empobreciendo a amplios sectores de la población, en un clima de enorme malestar social.
La coyuntura fue aprovechada por Hitler para intentar conquistar el poder. El 8 de noviembre de 1923 ensayó un golpe de Estado en Munich, capital de la región de Baviera ("Putsch de Munich") con la intención de imponer al veterano general Ludendorff como dictador y destruir la legalidad republicana.
El 9 de noviembre, una manifestación de varios miles de nazis que discurría por las calles de Munich fue destruida por las fuerzas del orden, con lo que la rebelión fue abortada. De haber triunfado, hubiese permitido a Hitler avanzar sobre Berlín, tal y como Mussolini lo había hecho meses antes con su "Marcha sobre Roma".
Sin embargo, la intentona golpista fracasó y Hitler fue juzgado y condenado a 5 años de cárcel (de los cuales solo cumpliría 9 meses). No obstante, el juicio fue aprovechado para prestigiar su figura que surgió ante los ojos de muchos alemanes como la de un héroe defensor de la patria frente a los “corruptos políticos republicanos”.
Fue durante esa estancia en prisión cuando escribió el libro "Mein kampf" (Mi lucha), publicado en 1925, donde expresaba los fundamentos de su ideología: antisemitismo visceral, anticomunismo y antiliberalismo.
El fracaso del Putsch de Munich llevó a Hitler a la convicción de que el poder había de ser conquistado mediante la legalidad, es decir, a través de la vía parlamentaria.
Nazismo. La toma del poder
En las elecciones de mayo de 1928 los nazis tan solo obtuvieron 12 escaños en el Parlamento, en tanto que la izquierda alcanzaba un claro triunfo. Meses más tarde se producía el crac de la Bolsa de Nueva York, de dramáticas consecuencias para Alemania. La crisis económica y social dio oxígeno a los nazis.
En las elecciones de 1930 el Partido Nacionalsocialista contabilizó 107 diputados que representaban a casi 6,5 millones de votos (18% del electorado), lo que signidicaba su primer gran éxito en las urnas. Frente a ellos, 4,5 millones de votantes otorgaron su confianza a los comunistas que situaron 77 diputados en el Parlamento. La polarización de la vida política alemana era ya un hecho.
La imposibilidad de formar un gobierno estable llevó a la celebración de otras elecciones, esta vez en julio de 1932. Los resultados fueron aún más alentadores para los nazis, pues el NSDASP consiguió 230 diputados, alcanzando la mayoría (no absoluta) del Parlamento.
La negativa del presidente Hindenburg a nombrar jefe de gobierno a Hitler, forzó a una nueva convocatoria electoral. Esta vez los nazis obtuvieron 196 diputados y el presidente de la República invistió canciller a Hitler y le encargó la formación de un gobierno.
El nuevo gabinete se configuró como una coalición de partidos de centro-derecha, con el apoyo de las fuerzas armadas (Von Papen, Hugenberg, Blomberg, etc). La razón de esa asociación radicó en que el Partido Nazi carecía de mayoría suficiente para gobernar en solitario.
En esta ocasión solo dos ministros, Frick (Interior) y Göring (Sin cartera) fueron nazis, el resto pertenecía a otras formaciones políticas.
Tras formar gobierno, Hitler convocó nuevos comicios. Días antes de su celebración, el edificio del Parlamento alemán, el Reichstag, fue objeto de un intencionado incendio que lo destruyó (febrero de 1933).
Hitler aprovechó la ocasión para responsabilizar del acto a los comunistas y socialistas por lo que, mediante el Decreto para la protección del pueblo y el Estado, promulgó una serie de medidas de excepción que liquidaron la libertad de opinión, prensa y asociación, poniendo fuera de la ley a la mayor parte de la oposición.
En un ambiente de amenazas se celebraron los comicios en marzo de 1933. Éstos dieron la mayoría (44 %, 288 diputados) al NSDAP. Hitler, una vez excluidos los comunistas, forzó al Parlamento a que le concediese poderes especiales durante 4 años.
A partir de ese momento, procedió a desmontar el régimen democrático de Weimar. Fueron prohibidos los partidos políticos, quedando únicamente como legalmente reconocido el Partido Nazi. Se limitaron los derechos de reunión y expresión, la prensa fue censurada, se elaboraron listas de libros prohibidos, etc.
Se intituyó la Gestapo, policía política destinada al control y eliminación de la oposición. Parte de los intelectuales hubo de exiliarse del país y se depuró a los funcionarios considerados no afectos al nazismo.
El siguiente paso en la senda por el control absoluto del poder se dio con la eliminación de las facciones revolucionarias existentes dentro del propio Partido Nazi. La más importante, sin duda, la constituían las SA, grupo paramilitar dirigido por Ernst Röhm, que esgrimía como principio la abolición del capitalismo mediante una revolución.
El proceso de integración del Partido Nazi en las estructuras de poder tradicionales, encontró en esta organización un estorbo, por lo que Hitler decidió destruir su poder mediante la eliminación de sus líderes.
La acción se llevó a cabo durante la denominada “noche de los cuchillos largos” (30 de junio de 1934), en el transcurso de la cual fueron asesinadas más de 200 personas ligadas a las SA.
Los grandes empresarios y la derecha más reaccionaria se sintieron aliviados respecto a las intenciones de Hitler y acercaron sus posturas a su política que, a partir de entonces, quedaba desprovista de cualquier tipo de reivindicación subversiva o revolucionaria
El Estado nazi
El nuevo parlamento emanado de las urnas en marzo de 1933 confirió a Hitler, mediante decreto, plenos poderes durante cuatro años. Ello implicó la aniquilación del sistema democrático y la actividad de los partidos.
La muerte del presidente Hindenburg, en agosto de 1934, selló el destino de la República de Weimar, que fue reemplazada por una nueva estructura estatal, el Tercer Reich (Tercer Imperio Alemán), significado por su totalitarismo y supeditado a la dictadura personal de Adolf Hitler.
Éste pasó a ostentar la Jefatura del Estado -cargo vacante tras la muerte de Hindenburg- por medio de un referéndum que le concedió un 88% de votos favorables.
La acción del Tercer Reich se resolvió en los siguientes campos:
Político
Económico
Social
Ideológico
La acción del Estado nazi en el campo político
La acción política llevada cabo por Hitler se materializó en la creación de un régimen totalitario, que eliminó del campo político y social cualquier rastro de oposición.
Se valió para ello, en un primer momento, del juego político democrático complementado con el uso de la violencia; más tarde, de la fuerza de una dictadura personalista, impuesta a través del empleo sistemático del terror.
La trascendencia de estos hechos sobrepasó el ámbito del Estado alemán y afectó de forma significativa al terreno internacional, ya que la agresiva política nazi contribuyó de forma clara a tensar las relaciones durante los años 30 y a desencadenar una Segunda Guerra Mundial.
La política internacional de Hitler se consagró desde sus inicios en censurar el Tratado de Versalles.
A raíz de su firma, un amplio sector del ejército y la derecha acusó a los nuevos gobernantes de haber traicionado a Alemania, haciéndolos responsables de lo que consideraban una paz vergonzosa realizada a espaldas del pueblo.
Desde entonces denunciaron el Tratado y lucharon por revisarlo, especialmente, en lo concerniente a las cesiones territoriales que Alemania se había visto obligada a efectuar y a las cláusulas de desmilitarización de su territorio.
El eje fundamental de sus relaciones con el exterior estuvo constituido por una política expansionista y pangermanista (unión de todos los alemanes) que sirvió de instrumento para llevar a la práctica la teoría del “espacio vital”, necesaria para asegurar el desarrollo demográfico y económico de Alemania.
En octubre de 1934 Alemania abandonó la Sociedad de Naciones y la Conferencia de Desarme, rompiendo así con el orden internacional instituido.
Su política se hizo cada vez más agresiva, materializándose en un enérgico rearme cuya evidente motivacion, además de la económica, era la preparación para la guerra.
En 1935, tras un referéndum, celebrado en un ambiente de intimidación y violencia, Alemania recuperó la zona del Sarre que permanecía controlada por la Sociedad de Naciones desde el término de la Primera Gran Guerra. Este acto fue acompañado de la reinstauración del servicio militar obligatorio, que había sido expresamente prohibido en los tratados de paz de 1918.
En 1936, incumpliendo el Tratado de Locarno de 1925, el ejército alemán entró en la zona desmilitarizada de Renania, rompiendo así con el espíritu conciliador que dicho pacto había alcanzado.
Mediante el llamado “Pacto Antikomintern” Alemania estrechaba sus vínculos con Japón. Ambas potencias se comprometían a perseguir y reprimir cualquier tipo de actividad relacionada con el comunismo de la Tercera Internacional (Komintern). En realidad tras ese tratado se fijaban las bases de una estrecha colaboración diplomática en momentos en que ambos estados estaban necesitados de apoyos para llevar a cabo su política agresiva, al margen del derecho internacional.
Las potencias democráticas permanecieron impasibles ante iniciativas como esa. Por contra, la Italia de Mussolini la apoyó.
IItalia y Alemania intervinieron decisivamente en la Guerra Civil Española (1936-1939) respaldando al general Franco, rebelado contra el gobierno legítimo de la Segunda República, bajo el pretexto de apoyarlo en su lucha contra el bolchevismo internacional.
En marzo de 1938 Austria era anexionada al Tercer Reich, concluyendo una de las máximas aspiraciones de Hitler, el "Anschluss"o agrupación política de todos los hermanos alemanes.
Más tarde, en octubre del mismo año, invadió con el beneplácito de Francia, Reino Unido e Italia, expresado en el Pacto de Munich, los 28.000 km2 por la que se extendía la región de los Sudetes (Bohemia y Moravia), bajo la soberanía de Checoslovaquia y donde residían unos tres millones de personas de ascendencia alemana, deseosos de pertenecer al Reich.
En marzo de 1939 invadió el resto de Checoslovaquia, fundando con sus territorios un Protectorado dependiente del III Reich.
Finalmente, el 1 de septiembre de 1939, sin declaración previa de guerra, invadió Polonia, provocando con ello el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
La acción del Estado nazi en el campo económico
La I Guerra Mundial supuso para Alemania un importante descalabro económico. Durante la posguerra las dificultades se vieron agravadas por el desembolso de fuertes sumas como reparación de guerra a los vencedores.
El principal problema con que se enfrentó el Estado fue la hiperinflación. Ésta afectó al tejido económico y golpeó a amplias capas de la sociedad, especialmente a asalariados, funcionarios, pequeños ahorradores y pensionistas.
A partir de 1924 la situación mejoró, pero unos años más tarde, el crac de 1929 y sus repercusiones, hundió de nuevo la economía alemana.
La principal secuela de la crisis, el desempleo, golpeó con especial virulencia a las clases media y obrera que, en cierta medida, se arrojaron a los brazos del nazismo. Hitler prometía incesantemente que resolvería los problemas de manera rápida y eficaz cuando alcanzase el poder.
Cuando eso sucedió puso en marcha una serie de medidas cuyo efecto se vio reforzado por el cambio favorable en la coyuntura económica internacional: arbitró créditos a las regiones que acometiesen obras públicas y crearan empleo, incentivó el abandono del trabajo femenino en beneficio del masculino, impuso un período de trabajo sin remuneración a los jóvenes con edad comprendida entre los 18 y 25 años.
Finalmente, reintrodujo el servicio militar obligatorio, lo cual alivió la presión del desempleo en aquellos que lo cumplían.
La economía alemana bajo el nazismo estuvo condicionada por los intereses del Estado. Pero, a diferencia de la URSS, se mantuvo el sistema capitalista y con él la propiedad privada. Al igual que en el régimen fascista italiano las grandes empresas ni la banca fueron nacionalizadas.
La tierra permaneció en manos de los grandes terratenientes y las condiciones de trabajo de los campesinos no mejoraron sensiblemente.
Hitler hizo hincapié en el desarrollo de la industria pesada y química, en manos de grandes grupos industriales (Krupp, Vögler, Boch, Siemens, etc), preparados para hacer frente al programa de rearme del ejército alemán, fundamental para garantizar una política internacional agresiva y expansionista.
En 1936 se puso en marcha un Plan Cuatrienal, cuyo director, Goering, ponderaba la militarización de Alemania con vistas a una futura guerra. Obviaba principios esenciales del capitalismo como el coste y el beneficio empresarial, dando prioridad a la consecución de la autarquía que permitiese el autoabastecimiento de alimentos y materias primas durante el conflicto.
Esta política acrecentó el poder de los magnates de la industria militar, que conseguirían por medio de la guerra enormes beneficios, acrecentados por la política de saqueo de territorios conquistados y el empleo de mano de obra esclava o semiesclava en sus factorías.
El principal cliente de la producción fue el Estado. Para financiarla el III Reich recurrió a una política de endeudamiento que en 1938 ascendía a la astronómica suma de 31.000 millones de marcos
La acción del Estado nazi en el campo social
El nazismo mantuvo el capitalismo como sistema económico y social. Hitler se apoyó en los grandes empresarios para ascender y consolidarse en el poder, en tanto que sobre la clase obrera recayó la tarea de reconstruir la economía alemana, maltrecha tras la Gran Guerra y la crisis de 1929.
El apelativo “socialista”, presente en las siglas del Partido Nazi, careció de un significado real y constituyó una mera argucia dirigida a atraerse a un importante sector de la sociedad. La estructura de la propiedad, especialmente la agraria, no sufrió cambios respecto a épocas precedentes y los grandes terratenientes mantuvieron su influencia, siendo uno de los puntales del régimen.
A medida que el rearme alemán fue incrementándose se produjo una perfecta fusión entre los jerarcas nazis y los empresarios relacionados con la industria militar.
El renacimiento económico alemán se realizó a costa de los bajos salarios, un ritmo creciente de trabajo y la absoluta desarticulación organizativa de los trabajadores: los sindicatos de clase y las asociaciones políticas fueron prohibidos.
La organización de las empresas se estableció sobre la base de una profunda jerarquización que, a pesar del empeño que el régimen puso por disimular mediante iniciativas de carácter propagandístico como el acceso de todos los alemanes a la motorización, agudizó las diferencias entre trabajadores y empresarios.
La contrapartida fue la erradicación del desempleo, que sirvió a Hitler para hacerse acreedor del favor de una buena parte de los obreros en paro. Éstos prefirieron ocupar un puesto de trabajo en ausencia de democracia que la libertad sin él.
La sociedad sufrió un proceso de homogeneización que desembocó en la persecución y eliminación de elementos izquierdistas, minorías raciales (gitanos o eslavos), homosexuales, deficientes mentales y, de forma especial, judíos.
Éstos últimos, muy activos en la vida económica y social de Alemania fueron segregados del resto de la población y les fueron impuestas leyes discriminatorias que arruinaron su normal desarrollo político, social y económico.
En sustitución de los sindicatos, suprimidos en mayo de 1933, se creó el Frente Alemán del Trabajo, presidido por Robert Ley, que reunía en su seno tanto a trabajadores como a empresarios y prescindía de la lucha entre clases esgrimida por las organizaciones de inspiración marxista.
Llegó a contar con 25 millones de afiliados y gran influencia dentro del entramado estatal.
La política social se llevó a la práctica mediante una intensa acción de tutelaje sobre los trabajadores, que fue más allá incluso de su vida laboral. Para ello fueron planificadas numerosas actividades culturales (cine, teatro, deportes, viajes, etc), cuya misión era identificar a las masas con el régimen y potenciar una falsa imagen de igualdad entre sus miembros y los de la clase dominante.
La acción del Estado nazi en el campo ideológico
Elemento clave de la ideología nazi fue la cuestión racial.

Hitler hablaba en su Mein Kampf de la existencia de razas superiores y razas inferiores. El pueblo alemán pertenecía al primer grupo.
Para evitar su contaminación y conservar la pureza racial era menester proceder a una profunda segregación.
Especialmente peligrosa estimaba que era la raza judía, a la que calificaba como degenerada y causante de gran parte de los males de Alemania.
EL ANTISEMITISMO (odio a los judíos) existía en Europa desde hacía siglos. Pero los nazis lo elevaron a la máxima categoría.
Otro ingrediente esencial de esa ideología era la cuestión del “espacio vital”. Según esta teoría, Alemania necesitaba expandirse allende sus fronteras para canalizar su crecimiento demográfico y potenciar su desarrollo económico.
Para ello era preciso quebrantar las limitaciones impuestas por el Tratado de Versalles y conquistar territorios, especialmente en el oriente europeo, a costa de los pueblos eslavos, Polonia y el inmenso territorio soviético.
La educación se utilizó como instrumento de adoctrinamiento en los ideales del nazismo. Todos sus niveles se vieron sometidos a un riguroso control y los profesionales de la enseñanza fueron depurados y encuadrados en una estructura de carácter pseudomilitar. Los programas de estudios se desarrollaron bajo las premisas de un profundo racismo.
La cultura en general y el arte en particular, experimentaron una profunda selección, siendo reprobado y perseguido el llamado “arte degenerado” ("Entartete Kunst"). Bajo este epígrafe se clasificaron las tendencias vanguardistas (cubismo, dadaísmo, fauvismo, impresionismo, etc) y artistas como Picasso, Van Gogh, Munch, Kandinsky, Klee, entre otros.
En 1937 se celebró una exposición en Munich cuyo objeto era recuperar lo que Goebbels había calificado como “esencia del arte alemán”. En ella predominó el estilo figurativo y géneros como los bodegones, los paisajes y la figura humana a través de la cual se exaltaba el ideal de belleza y perfección de la raza aria.
En 1933 fue instituida la Cámara de la Cultura del Reich, de la que pasaron a depender siete organismos: cine, teatro, música, prensa, radio, literatura y arte, y en la que debían inscribirse de forma obligatoria los profesionales que desarrollaran alguna de esas actividades.
Los libros y la prensa fueron estrechamente vigilados por medio de la censura, prohibiéndose la publicación de aquellos ejemplares juzgados como depravados o atentatorios contra el régimen.
Se quemaron públicamente miles de volúmenes, como aconteció el 10 de mayo de 1933. Numerosos escritores debieron huir (Thomas Mann, Bertolt Brecht, Stephan Zweig y otros).
La censura se extendió también a otras manifestaciones expresivas como el cine o la radio.
El régimen invirtió grandes esfuerzos en el control y adoctrinamiento de la juventud. Ésta fue encuadrada en organizaciones, entre las que destacó la de las "Juventudes Hitlerianas", a cuyos miembros les eran inculcados los principios del nazismo. Se hizo énfasis en el cuidado físico y deportivo, por ser considerados medios idóneos para el mantenimiento de una raza sana y fuerte, base del futuro ejército alemán.
Todas esas organizaciones fueron sometidas a una rígida disciplina castrense.
El papel de la mujer, aunque en menor medida que en otros regímenes similares, se circunscribió a la esfera doméstica y su función principal quedó reducida a la de engendrar y educar a los hijos. Desde niños, hombres y mujeres eran separados y encuadrados en razón a su sexo.
Se ensalzó el papel de madre y se instituyó una festividad para conmemorarlo, llegándose a conceder premios a la fertilidad a aquellas mujeres que lograsen una mayor descendencia.
Determinadas libertades que habían sido conquistadas por la mujer durante la República de Weimar fueron suprimidas y sus puestos laborales ocupados por los varones. Solo cuando durante la II Guerra mundial escaseó la mano de obra, se acudió de nuevo a las mujeres como sustitutas de los varones.
Junto con el terror, la propaganda fue empleada como forma de imponer las ideas.
Se generalizó la celebración de imponentes concentraciones de masas, presididas por Hitler y los máximos dirigentes del partido donde, en un ambiente de enardecido patriotismo donde se enarbolaban los símbolos nazis (estandartes y banderas con la esvástica, saludos marciales, etc).
Se construyeron escenarios permanentes para este tipo de manifestaciones, como el diseñado por Albert Speer -el más prestigioso arquitecto del régimen- en Nuremberg, que contaba con estadio, sala de congresos y amplias avenidas para el desarrollo de desfiles.
La arquitectura se empleó como instrumento de enaltecimiento del régimen. Surgieron fastuosos proyectos, como el de Germania, diseñado por Speer, una ciudad dotada de formidables edificios y avenidas, destinada a ser la nueva capital del mundo.
La Segunda Guerra Mundial truncó la realización de dicho sueño.
En el centro de todos esos fastos se situaba la figura del Führer. Incluso los Congresos del Partido, desprovistos de un verdadero carácter deliberativo, se convocaban para exaltar su figura. Se alteró el calendario laboral y se instituyeron nuevas festividades como la que conmemoraba el cumpleaños de Hitler.
Su imagen se representó hasta la saciedad en las más diversos escenarios y actitudes: militar, político, familiar, paternal, etc.
Figura insustituible en la organización del aparato propagandístico del régimen fue Joseph Goebbels. Mediante inflamados discursos radiofónicos y artículos de prensa, cargados de antisemitismo y xenofobia, encandiló a las masas.
Durante la II Guerra Mundial sus alocuciones se esforzaron en sostener la moral del pueblo alemán alentándolo a una heróica resistencia, cuando ya era inevitable la derrota del Tercer Reich.
Respecto a las relaciones con la Iglesia, los nazis intentaron controlar las dos confesiones más importantes de Alemania, la Evangélica (mayoritaria) y la Católica. Con la Santa Sede firmó un acuerdo en julio de 1933 que regulaba las relaciones entre ambas instituciones y contribuyó a incrementar el prestigio internacional del régimen.
A la postre, sin embargo, esas relaciones se enfriaron, ya que una parte del clero recelaba del control que Hitler ejercía sobre el Estado y los métodos que utilizaba para perpetuarse en el poder.

Militarismo Japonés

Durante el desarrollo de la I guerra mundial, Japón participó en ella al lado de los aliados, de modo que al terminar el conflicto, recibió los beneficios de neutral y las recompensas de beligerante. Japón recibió como premio, las colonias alemanas en china y un grupo de islas al norte del ecuador.

En 1918, Japón también padeció graves problemas sociales, que impulsaron cambios en el gobierno, en ese año, Hara, líder conservador, fue designado primer ministro en contra de la voluntad de los líderes militares, la oposición fue tal, que en 1921, Hara murió asesinado, y lo sustituyo el almirante Kato.

A la muerte de Kato, el varón Tanaka dejó ver sus pretensiones imperialistas, y el ejército sumado a estas pretensiones logró la elevación de Seiyukai como primer ministro. La política adoptada por Japón fue la des expansionismo económico promoviendo la expansión de grandes monopolios que inundarían al mundo de los productos japoneses. El resultado de esta política expansionista fue la anexión de Manchuria y una parte de China.

La casta militar que detentaba el poder, adoptó entonces una política interna radical, que coincidía con los sistemas fascistas, y aunque teóricamente no simpatizaban con la plutocracia, creían que lo ideal era la organización de un estado severamente militarizado, que controlara los monopolios y el trabajo, para así poder mejorar sus fortunas.
Otros fascismos
El fascismo no se circunscribió sólo a Italia y Alemania. Durante el período de Entreguerras se extendió por Europa, si bien nunca alcanzó la importancia que en esos estados. Durante la Segunda Guerra Mundial se propagó el fenómeno por los países bajo ocupación alemana, calando ciertos sectores de la población que colaboraron con los invasores.
El fascismo europeo -con sus particularidades- reprodujo en gran medida las maneras del nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano.
Destacaron por su vitalidad organizaciones como “Falange Española”, fundada en 1933 por José Antonio Primo de Rivera; la belga “Rex” (de Cristo Rey), fundada por Leon Degrelle en 1935, de corte católico y conservador; la “Unión de Fascistas Británicos” cuyo líder fue Oswald Mosley;

En España el general Francisco Franco, tras perpetrar un golpe de Estado (1936) contra de la II República y conducir a una guerra civil de tres años, implantó una dictadura militar que en sus inicios mantuvo estrechas relaciones con la Alemania hitleriana y la Italia de Mussolini.
El régimen franquista englobó en su seno a Falange Española y de las JONS, toda vez que su líder natural, José Antonio Primo de Rivera, había sido ejecutado por los republicanos. En buena medida el franquismo adoptó parte de la simbología y las instituciones de raíz fascista y se valió de dichos elementos en su política de acercamiento a Alemania e Italia, al menos mientras la primera triunfaba en los frentes de batalla durante la II Guerra Mundial.
A partir de mediados de los cuarenta, una vez derrotadas las potencias del Eje, el régimen fue renunciando a sus formas fascistas y Falange Española, por entonces fusionada con otras fuerzas (carlistas), fue relegada a un segundo plano dentro de la estructura de poder del Estado, totalmente controlado por la dictadura personal del "Caudillo" Francisco Franco.
De la crisis a la guerra
Los conflictos de intereses entre las potencias imperialistas que, en 1914, habían provocado la Primera Guerra Mundial no fueron resueltos por los acuerdos de paz. Décadas después, los mis¬mos países se enfrentaron nuevamente en un conflicto armado de mayores dimensiones, la llamada Segunda Guerra Mundial.
La situación se agravó a partir de la llegada de Hitler al poder. El gobierno nazi violó las disposiciones de los tratados de paz: dejó de pagar las reparaciones de guerra y reforzó la presencia militar en la frontera con Francia. Al mismo tiempo, restableció el servicio mili¬tar obligatorio, emprendió la reorganización de la aviación militar y fomentó el crecimiento de una poderosa industria de armamentos.
En 1938, pocos meses después de la anexión de Austria, Hitler invadió Checoslovaquia con el pretexto de recuperar el territorio de los Sudeste habitado, en parte, por población de origen alemán. En agosto de 1939, con el objetivo de evitar la confrontación simultá¬nea en el frente oriental y el occidental, Hitler firmó un pacto de no¬ agresión con Stalin. Finalmente, en septiembre de 1939, las tropas alemanas invadieron Polonia.
La invasión a Polonia desencadenó el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania.
Los bandos enfrentados fueron, por una parte, Alemania e Italia -aliadas desde 1936 por el pacto denominado "Eje Roma-Berlín"¬y Japón, que se sumó en 1940. El otro bando estuvo encabezado por Gran Bretaña y Francia, a las que en 1941 se sumaron Estados Unidos y la Unión Soviética (los "Aliados").
¿Por qué se aliaron los Aliados?
En un siglo dominado por el enfrentamiento entre el comunismo anticapitalista, representado por la URSS, y el capitalismo anticomunista, defendido por los Estados Unidos, resulta sorprendente la participación de ambas potencias como aliadas en una guerra mundial.
Los Estados Unidos y la URSS se aliaron contra Alemania porque consideraron, en ese momento, que Alemania entrañaba un peligro más grave que el que cada una de las potencias enemigas veía en la otra. Las razones por las que actuaron así hay que buscarlas más allá de las relaciones económicas internacionales o de la política de fuerza. Por esta razón es tan significativa la extraña alianza de Estados y movimientos que lucharon y triunfaron en la Segunda Guerra Mundial. El factor que impulsó la unión contra Alemania fue la consideración de que se trataba de una potencia que determinaba sus políticas y sus ambiciones de acuerdo con la ideología fascista.
Eric Hobsbawm. Historia del siglo Xx. Adaptación.
• Reunidos en pequeños grupos discutan qué relación pueden establecer entre la constitución de un Estado socialista en la URSS, el aumento de los afiliados a partidos políticos de orientación socialista y el surgimiento de regimenes políticos autoritarios en varios países europeos durante las décadas de 1920 Y 1930.
La Segunda Guerra Mundial
Durante 1940 y 1941, la "guerra relámpago" proyectada por Hi¬tler fue exitosa. En poco tiempo, Alemania ocupó Polonia, Checos¬lovaquia, Austria y Francia. Francia pidió el armisticio y, desde en¬tonces, un nuevo gobierno francés, controlado por los alemanes, se instaló en la ciudad de Vichy. En 1941, Yugoslavia y Grecia fue¬ron también conquistadas por las potencias del Eje.
En diciembre d; ese año, con el objetivo de asegurarse el con¬trol del Pacífico, los japoneses atacaron la base naval estadouni¬dense de Pearl Harbour en las islas Hawai y provocaron el ingreso de los Estados Unidos en la guerra. La Unión Soviética también se sumó a las potencias aliadas cuando sufrió los ataques alemanes en sus propias fronteras.
Desde 1942, el curso de la guerra comenzó a cambiar. La parti¬cipación de los Estados Unidos y de la Unión Soviética fue un fac¬tor decisivo que desequilibró las fuerzas a favor de los Aliados. Los ejércitos aliados lograron algunas victorias importantes: el Ejército Rojo derrotó a los ejércitos alemanes en Stalingrado. En el frente del Pacífico, la flota de Estados Unidos debilitó a las fuerzas nava¬les de Alemania y sus aliados.
A partir de 1943, los Aliados pasaron a la ofensiva. Alemania tuvo cada vez más problemas económicos para sostener su aparato militar y en los países ocupados aumentó la resistencia de la población civil, que organizó acciones para obstaculizar y sabotear el dominio nazi. En Francia, se multiplicaban las acciones de la "Resistencia", un movi¬miento organizado por civiles. En Italia, cobraron fuerza los grupos de "partisanos", que eran organizaciones armadas antifascistas.
En julio de 1943, Italia se rindió; Mussolini fue rescatado por paracaidistas alemanes y gobernó, bajo control alemán, los terri¬torios del Norte de Italia, que integraron la llamada "República de Saló". En 1945, cuando huía hacia Alemania, Mussolini fue descu¬bierto y ejecutado por un grupo de partisanos.
La derrota definitiva de la Alemania nazi fue el resultado del de¬sembarco de tropas estadounidenses e inglesas en Normandía, en el oeste de Francia, y del ataque de los soviéticos sobre Berlín, por el es¬te. E17 de mayo de 1945, Alemania firmó la capitulación incondicio¬nal. La rendición de Japón se produjo más tarde, en agosto, después de que el presidente de Estados Unidos ordenara lanzar bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
De la guerra a la paz
Después de la Segunda Guerra Mundial, el nuevo sistema inter¬nacional quedó organizado como un "mundo bipolar". Alrededor de las potencias vencedoras se formaron dos bloques de países enfrentados. Estados Unidos lideró el bloque occidental integrado por los países capitalistas y la Unión Soviética encabezó el bloque oriental socialista.
En febrero de 1945, poco antes de finalizar la guerra, los gober¬nantes de la Unión Soviética, Estados Unidos y Gran Bretaña, Josef Stalin, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill se reunieron en la Conferencia de Yalta, para discutir cómo establecer un nuevo equi¬librio internacional. Allí acordaron la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el objetivo de lograr un sistema de relaciones internacionales estable y el mantenimiento de la paz. Además, comenzaron a deliberar sobre la situación de Alema¬nia y el reparto de zonas de influencia entre las potencias vencedo¬ras. En Yalta resolvieron la división de Alemania en cuatro zonas de ocupación.
Las negociaciones concluyeron cinco meses más tarde, en la reunión de Postdam. En esa oportunidad, los Aliados ratificaron la división de Alemania, establecieron nuevas fronteras para Polonia y fijaron las indemnizaciones de guerra. En Postdam ya se manifes¬tó la creciente tensión entre los países vencedores: eliminado el ene¬migo común, el Tercer Reich, surgieron conflictos de intereses entre las potencias. Una de las diferencias más graves era provocada por las diferentes ideas sobre el tipo de Estado que se debía constituir en los países liberados de la ocupación alemana por los ejércitos alia¬dos. Los Estados Unidos consideraron que debían constituirse de¬mocracias liberales. La Unión Soviética, en cambio, pretendió el es¬tablecimiento de regímenes similares al modelo soviético.
Las consecuencias de la guerra
• En la Segunda Guerra Mundial, las tácticas militares cambiaron totalmente. La guerra de trincheras fue reemplazada por el uso de nuevos elementos de gran poder destructivo: aviones, tanques y cohetes. Antiguas ciudades quedaron destruidas y murieron veinti¬cinco millones de hombres.
• Los regímenes totalitarios de Alemania e Italia quedaron liquidados. El 30 de abril de 1945, Hitler se suicidó; el día anterior había sido muerto Mussolini.
• Alemania quedó dividida en dos estados:
- La República Federal Alemana (al oeste) en la parte ocupada por los aliados.
- La República Democrática Alemana (al este) en la parte ocupada por Rusia. Berlín, la capital, ubicada en el territorio este, tuvo la misma separación.
• Rusia extendió sus fronteras y se apropió de una parte de la antigua Polonia, los Países Bálticos y regiones fronterizas de Finlandia. En los siguientes países de Europa Central: Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia y Albania, bajo la influencia de la URSS, se instauró el modelo político soviético.
• El Japón perdió los territorios que había conquistado en Asia y dejó de ser una potencia militar.
• Francia y Gran Bretaña quedaron debilitadas.
La Segunda Guerra Mundial destruyó la hegemonía que, durante quinientos años, Europa mantuvo sobre el resto del mundo. Des¬pués de la guerra, sólo quedaron dos superestados: los Estados Unidos de América y la Unión Soviética.
La posguerra
Las dos potencias triunfantes continuaron perfeccionando sus armas y acrecentaron su rivalidad. Gran parte de las demás naciones, de acuerdo con su régimen de gobierno, se plegaron a uno u otro bloque.
Como consecuencia de la guerra, los países europeos quedaron en una pésima situación. Estados Unidos de América les ofreció ayuda econó¬mica y científica, así como el envío de alimentos en forma gratuita. Pero exigía que se adhirieran a los principios democráticos. La República Federal Alemana e Italia se beneficiaron con este plan, que les permitió reconstruir su economía en pocos años.
Los países de Europa Central y Oriental, en cambio, recibieron ayuda de la Unión Soviética.
Estos planes contribuyeron a separar a Europa en dos bloques distintos.
Entre ellos quedó tendida una "cortina de hierro".

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Prof.Mario Raúl Soria

MENDOZA DONDE LA REVOLUCION DE MAYO LLKEGO EN JUNIO



Si nos atenemos a la terminología predominante en los libros de historia, el 14 de julio de 1789 estalló la “Revolución Francesa”, tremendo acontecimiento político, social e institucional que habría de generar una rotunda ruptura del statu quo vigente y que desencadenaría profundos cambios en Europa y en buena parte del mundo.
Sin embargo, hilando más fino, se puede comprobar que en dicha fecha lo que en realidad ocurrió fue un alzamiento virulento del pueblo de París, la capital de Francia, mientras que el resto de la nación fue ajeno a la conmoción ciudadana focalizada, en un primer momento, en la bella e inquieta Ciudad Luz. Es decir, que en aquel inolvidable e irrepetible 14 de julio de postrimerías del siglo XVIII se produjo una revuelta parisina puntual que aún no podía ser definida como “francesa”; la nacionalización del fenómeno vendría a continuación. De hecho, la “Revolución Francesa” fue en realidad, un largo, conflictivo y cruento proceso que, habiendo comenzado con la ya mítica “toma de La Bastilla”, habría de concluir años después con la restauración monárquica.

Análogamente, la confusión entablada entre momento y proceso revolucionario es extensiva a lo que conocen los argentinos desde que se instaló en el calendario la efeméride alusiva a la “Revolución de Mayo”. El derrocamiento del virrey Cisneros, provocado por sectores patriotas de la sociedad porteña, ingresó a la historia como un acontecimiento trascendente que involucró a toda la nación. No obstante esta percepción colectiva que la historiografía ha consagrado, no quedan dudas de que se trató de un movimiento protagonizado, durante aquel 25 de mayo de 1810, por los habitantes más destacados de la ciudad de Buenos Aires. En las décadas siguientes, la conmemoración del magno suceso, tanto en la capital de la República como en las ciudades y los pueblos del interior, se fijó en dicho día y mes. Paradójicamente, dada la vastedad territorial y los precarios medios de comunicación y transporte disponibles a principios del siglo XIX, en el resto del ancho y largo país de los argentinos la denominada “Revolución de Mayo” en forma explícita tuvo lugar en junio, lo que constituye un curioso galimatías no sólo cronológico.

La Revolución de Junio
Vísperas

En 1810 Mendoza era una próspera ciudad comercial de 18.000 habitantes que junto a las localidades de San Juan y de San Luis conformaba la Intendencia de Cuyo, región que fuera puesta bajo la dependencia del gobernador de Córdoba a poco de crearse, en 1776, el Virreinato del Río de la Plata. Con anterioridad, Mendoza había formado parte del Reino de Chile, con cuyo pueblo mantenía fluidas relaciones, tanto económicas como culturales y sociales. Por su parte, la nueva estructura jurisdiccional contribuyó a incentivar los negocios y el tráfico entre los mendocinos y el ya floreciente puerto de Buenos Aires. Por entonces, una tropa de carretas tiradas por bueyes o una recua de mulas cargada de mercaderías y correspondencia demoraba más de dos meses en atravesar la distancia que separa ambas ciudades, a razón de 2-3 leguas de marcha diaria, aunque “reventando caballos” el periplo podía reducirse a 12 o 15 días.



Por ello, no debería sorprender que el 25 de mayo de 1810 en Mendoza, así como en otros tantos lugares del interior proto-argentino, no haya pasado nada digno de mención. Tampoco hubo hechos destacables el 26 ni el 31 de mayo. Recién durante la segunda semana de junio de aquel frío otoño cordillerano, habían llegado rumores dispersos relacionados con la caída del régimen monárquico en la metrópolis española y con la existencia de cierto alboroto cívico en Buenos Aires, la capital virreinal. En tierras andinas, mientras tanto, había que esperar al 13 de junio para que el proceso de transformaciones iniciara su marcha.



En la noche de aquel día 13 arribó a Mendoza un jinete uniformado que traía la noticia oficial de la destitución del virrey y de la formación del primer gobierno criollo en el Río de la Plata. Manuel Corvalán, comandante de fronteras, era el portador de la novedad que fue comunicada de inmediato a las autoridades del lugar. Como es de suponer, la información que había llegado a la hasta entonces apacible villa era fragmentaria e, incluso, contradictoria, dado que el bando emitido por la Junta Provisional, por un lado se hacía cargo de la acefalía del gobierno español producida en la península ibérica y, por el otro, hacía votos de incondicional fidelidad y obediencia al rey Fernando VII, a la sazón cautivo de las tropas napoleónicas, contradicción que -dicho sea de paso- formó parte de la retórica patriótica durante buena parte de la gesta emancipadora.

Desarrollo
Para los mendocinos, la decisión de adherir al flamante gobierno porteño se complicó cuando, desde Córdoba, el gobernador intendente Juan Gutiérrez de la Concha no sólo recomendó desacatar el mandato invocado por la Junta sino que además ordenó al Delegado local que reuniera los efectivos militares con asiento en Mendoza y que los enviara urgente a la ciudad mediterránea. La idea era incorporarlos a la fuerza de represión que preparaban los contrarrevolucionarios para atacar la ciudad-puerto en estado de rebeldía y reponer a la autoridad “legítima”, es decir, al virrey.



Faustino Ansay, Subdelegado de Real Hacienda, Comandante de Armas, de Fronteras y del 1° Regimiento de Caballería de Mendoza, se manifestó de acuerdo con acatar la imperativa instrucción proveniente del gobernador cordobés y, también, con repudiar al movimiento subversivo triunfante en Buenos Aires. Idéntica opinión expresaron el Tesorero provincial, Domingo de Torres y Harriet; el Contador de la Real Hacienda, Joaquín Gómez de Liaño, y los demás funcionarios coloniales del distrito. Para ellos, acostumbrados a terciar en las frecuentes querellas que se entablaban entre cabildantes y vecinos de la zona, resultó una sorpresa mayúscula el toparse con la unánime posición tomada por los 46 ciudadanos más prominentes de Mendoza, quienes, en el Cabildo Extraordinario convocado al efecto para el 23 de junio, exigieron la adhesión al alzamiento cívico consumado en el Río de la Plata y nombraron un diputado para que viajara a la capital del virreinato en calidad de representante regional.



Luego de algunas marchas y contramarchas causadas por las maniobras del núcleo realista que pretendía ganar tiempo para facilitar la contrarrevolución cuya cabeza visible se aglutinaba en Córdoba, el partido patriótico consiguió apoderarse del control militar de la ciudad y destituir, el día 28 de junio, al comandante Ansay que había intentado consumar un golpe militar para revertir la situación. A renglón seguido, Isidro Sánchez de la Maza se hizo cargo de la Comandancia de Armas.



Si bien es indudable que la llegada de Corvalán, primer enviado de la Junta, apuró la iniciación de la “Revolución de Junio”, es dable reconocer que también ejerció notable influencia en el desarrollo de los acontecimientos la problemática interna que atravesaba por entonces la comunidad local; este clima doméstico sirvió de caldo de cultivo propicio para que la chispa rebelde proveniente de Buenos Aires detonara de inmediato. Efectivamente, las “fuerzas vivas” mendocinas -comerciantes, hacendados, profesionales, incluso clérigos- desde tiempo atrás cuestionaban la dependencia, tanto burocrática como política, que las ciudades cuyanas debían mantener con Córdoba, fruto de la reforma borbónica implantada a mediados del siglo XVIII. Que la distante cabecera de la Gobernación-Intendencia ejerciera jurisdicción sobre toda la región de Cuyo, era motivo de frecuentes conflictos y quejas de parte de los mendocinos que aspiraban a obtener la autonomía.



En este contexto, la noticia de la Revolución junto a la promesa anunciada por parte de la Junta Provisional de incorporar delegados provinciales para constituir un gobierno amplio y representativo a nivel nacional, fue apoyada con genuino entusiasmo por los sectores influyentes y por el pueblo llano de Mendoza. Similar actitud, impulsada por motivaciones autonómicas y libertarias de intensidad diversa, pudo observarse en San Juan, San Luis, Santiago del Estero, Catamarca, Salta, Tucumán y, también, en poblaciones del Litoral y la Mesopotamia. Los máximos referentes de dichas provincias, salvo pocas excepciones, se persuadieron de que el movimiento revolucionario abriría la posibilidad de contar con autoridades regionales autónomas que fueran representativas de cada realidad puntual y de su idiosincrasia singular. Es así que, entre mediados de junio y principios de julio de 1810 el interior apoyó el pronunciamiento de los hombres de Mayo con la genuina expectativa de asegurarle a cada distrito una razonable libertad de acción y administración.

Desenlace
Luciendo flamantes jinetas de coronel, Juan Bautista Morón arribó a Mendoza el 10 de julio de 1810 con la misión de reclutar soldados para repeler la asonada realista que, a las órdenes de Santiago de Liniers, el obispo Orellana y el gobernador Gutiérrez de la Concha, se había atrincherado en la provincia de Córdoba. Por las dudas, Morón detuvo a los funcionarios leales a la Colonia que acababan de ser destituidos por el cabildo mendocino; los cargó con pesados grillos y los envió a Buenos Aires en calidad de detenidos. (Uno de ellos, Ansay, vagó durante 12 años por los presidios y los campos de concentración de prisioneros que existían o fueron creados por entonces. A pesar de ello, el tozudo aragonés se consideraba un hombre de suerte, dado que por poco no estuvo en Cabeza de Tigre enfrentando el pelotón de fusilamiento que acabó con la vida de Liniers y los demás complotados).


El día 26 la Junta de Gobierno bonaerense nombró al coronel José Moldes en calidad de Teniente Gobernador de Mendoza, designación que daba por tierra con las cándidas expectativas locales de elegir un gobierno propio. Moldes traía instrucciones terminantes en cuanto a cómo conducir la ciudad de acuerdo a los designios de la autoridad central que, no obstante el “discurso” previo, desestimaba la participación de los lugareños en el manejo de los asuntos públicos. Los mendocinos comprometidos con el cambio en ciernes empezaban a comprender que el proyecto político porteño no suponía el respeto a las autonomías provinciales ni tampoco consentiría la conformación de un órgano colegiado como instancia superior de gobierno.

Epílogo
La Junta Grande recién pudo comenzar a deliberar en Buenos Aires en diciembre de 1810. Desde el principio, el cuerpo colectivo fue el campo de batalla en el cual las facciones en pugna -saavedristas y morenistas- dirimieron sus diferencias. A propósito de la forma de gobierno, los primeros sostenían la necesidad de que este organismo asumiera un rol ejecutivo; los segundos, en cambio, afirmaban que, frente a la situación de guerra que se abatía sobre el país, era necesario contar con un gobierno fuertemente centralizado que fuera lo menos deliberativo posible. Además, decían que los diputados del interior en su mayoría representaban a sectores conservadores comprometidos con el régimen anterior y que, en esta nueva instancia, se debía aceptar el tutelaje de espíritus progresistas y decididos, que venían a ser ellos, la elite porteña.


Al cabo de algunos meses de funcionamiento caótico, un pusch preparado en la capital obligó a disolver la junta ampliada, mientras que los diputados del interior fueron conminados a abandonar la ciudad-puerto y a volver a sus respectivas provincias. A continuación, asumió el gobierno un triunvirato cuya misión principal se orientó a acentuar el proceso de centralización y militarización del poder político iniciado en mayo de 1810.


La esperanzada “Revolución de Junio”, que estalló simultáneamente en diversos lugares de la incipiente república se había malogrado a poco de comenzar y se apagó junto con el mes que la vio nacer. Desde entonces, los argentinos, tanto de Buenos Aires como del Interior, conmemoramos la “Revolución de Mayo”, que es la que triunfó.

“Para Buenos Aires, mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias. Con razón quiere tanto ese día”.

Juan Bautista Alberdi


Pandemias

¿Qué es una pandemia?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece seis fases de alerta pandémica cuando un virus se convierte en una amenaza. De acuerdo con el organismo internacional, una pandemia es un brote epidémico que afecta a todo el mundo. Las pandemias de la gripe son fenómenos poco frecuentes, pero recurrentes. "Típicamente se han producido a intervalos de entre 10 y 50 años a lo largo de la historia. En el siglo XX se produjeron tres pandemias: la de 1918, que provocó unos 40 millones de muertes, la de 1957, en la que murieron más de dos millones de personas, y la de 1968, con cerca de un millón de víctimas", señala la OMS.
Las pandemias de gripe ocurren cuando aparece una cepa nueva de virus contra la cual la mayoría de la gente no tiene inmunidad natural. Los expertos creen que han estado ocurriendo a intervalos regulares desde al menos el siglo XVI.
Los científicos clasifican los virus de gripe según sus proteínas externas: H por hemaglutinina y N por neuraminidasa. Hay 16 tipos H diferentes y nueve tipos N diferentes, pero las cifras diferencian meramente las cepas y no indican mayor severidad.
Como ya se mencionó en el siglo XX hubo tres pandemias de gripe. Funcionarios mundiales de salud están observando cuidadosamente los actuales brotes de gripe porcina en México y Estados Unidos para ver si existe el riesgo de que este virus detone la pandemia siguiente.
Lo que sigue es un vistazo a algunas pandemias ocurridas en el pasado :
- 1918. La pandemia de gripe española que inició en 1918 fue posiblemente el brote más mortal de todos los tiempos. Fue identificada primero en Estados Unidos, pero fue conocida como gripe española porque recibió más atención de los medios en España que en otros países, los cuales estaban censurando a la prensa durante la Primera Guerra Mundial. La gripe de 1918 fue una cepa H1N1 -diferente a la que afecta actualmente a México y Estados Unidos- y atacó mayormente a adultos jóvenes sanos. Los expertos calculan que causó la muerte de entre 40 uy 50 millones de personas en todo el mundo.¡
- 1957. La pandemia de 1957 fue conocida como gripe asiática. Fue causada por una cepa H2N2 y fue identificada primero en China. Hubo dos olas de enfermedad durante esta pandemia; la primera ola atacó principalmente a niños, mientras que la segunda afectó mayormente a ancianos. Esta causó cerca de dos millones de muertes en el mundo.
- 1968. La pandemia más reciente, conocida como gripe de Hong Kong, fue la más leve de las tres pandemias del siglo. Fue detectada primero en Hong Kong en 1968 y se extendió globalmente en los dos años siguientes. Las personas más susceptibles al virus fueron los ancianos. Aproximadamente un millón de personas fallecieron por la pandemia de cepa H3N2.
En 1976, una cepa de influenza porcina comenzó a infectar a las personas en Fort Dix, Nueva Jersey, y preocupó a los funcionarios de salud estadounidenses porque se creía que el virus estaba vinculado con el que provocó la gripe española de 1918. Cuarenta millones de personas fueron vacunadas pero el programa fue interrumpido después de que varios casos del síndrome de Guillain-Barré, un trastorno grave y algunas veces fatal vinculado a algunas vacunas, fueron informados. El virus nunca se movió fuera del área de Fort Dix. La gripe aviaria H5N1 es la amenaza de pandemia más reciente. Apareció por primera vez en 1997 y continuó infectando a los humanos que tenían contacto directo con gallinas. El virus H5N1 o gripe aviar no se propaga fácilmente de una persona a otra. Desde el 2003, el virus H5N1 ha infectado a 421 personas en 15 países y ha provocado la muerte de 257. Ha matado o provocado una matanza selectiva de más de 300 millones de aves en 61 países en Asia, Oriente Medio, Africa y Europa.
En todo caso, las autoridades del organismo mundial han insistido en que aún se pueden minimizar los efectos de este brote de gripe porcina, pese a que ya se ha verificado su transmisión de persona a persona. En qué consiste cada fase:Fase uno: El virus de la influenza circula entre animales y no se reporta la transmisión a humanos. Fase dos: El virus presente en animales domésticos y salvajes infecta a los humanos, por lo que se considera que una pandemia se puede desarrollar. Fase tres: Grupos pequeños de personas adquieren la infección. El contagio entre humanos ocurre de forma limitada y bajo circunstancias específicas. Sin embargo, el hecho de que el virus se transmita entre personas no necesariamente significa que causará una pandemia. Fase cuatro: Se verifica la transmisión entre personas y el virus causa brotes de la enfermedad en comunidades. En esta etapa aumenta el riesgo de que se desate una pandemia, pero no necesariamente significa que sea inminente. Fase cinco: Se caracteriza por el hecho de que el virus se esparce entre humanos en al menos dos países de una misma región del mundo. La declaración de esta fase es un mensaje claro de que la pandemia es inminente y que el tiempo para que se implementen medidas para mitigar la infección es breve. Fase seis: Ocurre la pandemia, es decir, la enfermedad está presente en distintas regiones del mundo. En la fase siguiente, que se genera después de que el virus alcanzó su punto máximo, los niveles pandémicos de la enfermedad se reducen. No obstante, es incierto si se producirán nuevas oleadas de la enfermedad. En el período posterior a la pandemia, la influenza retorna a los niveles normales de la gripe estacional. Se trata de la etapa de recuperación.


Influenza mortal: Mendoza ya lo vivió

En 1918 la fiereza de la gripe española conmovía al mundo. Llegó a la provincia, cobrándose 300 vidas. ¿Qué pasó ayer con esta epidemia? ¿Qué puede pasar mañana?

Desde el extranjero, varios individuos llegaron a la provincia de Mendoza y se alojaron en la casa de unos parientes españoles que vivían en la ciudad. A los pocos días, los viajeros comenzaron a sentir síntomas de decaimiento, fiebre muy alta y mucha tos. Con el correr del tiempo, la situación de los enfermos era cada vez más grave. Este cuadro virósico se extendió a los vecinos y la enfermedad comenzó a propagarse con rapidez entre los habitantes.

Los diarios informaban que existía una epidemia en España y que había cobrado gran cantidad de víctimas.

El gobierno de la provincia tomó medidas sanitarias y llamó a los mejores facultativos para detectar cuáles eran las causas de la epidemia.

Desde el ente de salud señalaron que se trataba de un virus denominado influenza H1N1 y que si no se tomaban acciones profilácticas inmediatas podría causar la muerte de gran parte de la población.

Esta historia se desarrolló a mediados de 1918, pero tiene mucha actualidad, desgraciadamente, al compararla con la reciente epidemia de “gripe porcina” o “mexicana” que está causando centenares de muertos en el país azteca y que amenaza extenderse. Entonces, ¿qué pasó ayer, qué puede pasar mañana?

El mundo afiebrado

Corría 1918 y la Primera Guerra Mundial estaba a punto de finalizar, pero comenzaba una nueva batalla; ahora contra el virus H1N1.

Esta epidemia, mal llamada “gripe española”, tuvo su primer caso en Kansas, Estados Unidos, el 4 de marzo de ese año. Por entonces el virus sólo causaba una dolencia respiratoria leve, aunque muy contagiosa, como cualquier gripe. En abril ya se había propagado por toda Norteamérica, y había cruzado el Atlántico para instalarse en Europa con las tropas americanas.

En Francia el mismo virus se extendió principalmente en la ciudad de Brest. Ya se sabía que causaba neumonía con rapidez y, a menudo, la muerte, sólo dos días después de los primeros síntomas.

Luego pasó a España en donde se contagiaron millones de personas. Era imparable. Los brotes se extendieron a casi todas las partes habitadas del mundo, empezando por los puertos y propagándose por las carreteras principales. Sólo en India hubo 12 millones de muertos.

Argentina no escapó del flagelo: en nuestro país se registraron más de 4.000 muertos.

Al finalizar la primera guerra (1914-1918) murieron nueve millones de personas. La gripe española de ese mismo año acabó con la vida de 40 millones. Fue la peor de las tres epidemias mundiales de gripe del siglo XX (1918, 1957 y 1968) y, de hecho, la peor pandemia de cualquier tipo registrada en la historia.

¿Cómo se vivió en Mendoza?

Los pobladores de nuestra ciudad y algunos departamentos empezaban a enfermarse de esta “grippe”-como se escribía en aquel tiempo- contagiándose súbitamente, pero la respuesta de las autoridades sanitarias de la provincia fue inmediata y muy eficiente. Es probable pensar que estaban no muy lejanos los ingratos recuerdos de la epidemia del cólera producida a fines del siglo XIX.

Sin embargo, las autoridades nacionales no habían tomado ninguna decisión para atacar esta pandemia, ya que el gobierno nacional estaba pensando en los próximos comicios electorales.

Esto causó el desagrado de los funcionarios locales.

Todos los días, más y más personas se enfermaban y la asistencia pública no daba abasto con los enfermos que llegaban para internarse. Los más graves eran trasladados a las llamadas casas de aislamiento en donde se les asistía intensivamente.

Los focos de mayor infección se habían ubicado en las calles Chile, General Paz, Godoy Cruz hasta Barcala. También se tenían noticias de que en los departamentos de Luján y de General Alvear la epidemia se había cobrado gran cantidad de vidas.

Ni el gato quedó en la calle

Fue tal el contagio masivo que hasta los principales miembros del gobierno estaban enfermos, pero no por eso dejaron de ejecutar acciones para frenar la “gripe española”. En la ciudadanía cundió el pánico pero, inmediatamente, el entonces director de salud, doctor Eduardo Teseire, ordenó el cierre de la frontera con Chile y formar un cordón sanitario en la localidad de Las Cuevas.

También se decretó la suspensión de las actividades escolares por varias semanas. Se suprimieron las actividades recreativas y públicas, ordenándose el cierre de teatros, confiterías y cines. Por ordenanza municipal se tomaron las precauciones para que los vendedores de carnes, verdura y otros alimentos, cumplieran al máximo con la higiene.

Además se desinfectaron los templos de la ciudad y se pidió a los fieles que no concurrieran masivamente a las iglesias por el contagio de la enfermedad. Hasta se suspendieron los partidos de fútbol, que en aquel momento comenzaban a ser una pasión para los mendocinos.

Las calles de la ciudad estaban desiertas, no había tranvías, los negocios estaban cerrados y se veía muy pocos carros transitando las avenidas.

La poción salvadora

En aquel momento no existían los barbijos, ni guantes de látex, ni gel para prevenir este virus.
Tampoco había un medicamento que pudiera curar la enfermedad, como hoy es el caso del oseltamivir, comercialmente llamado Tamiflu.

Solamente los facultativos recetaban un medicamento a base de esencia de canela y alcohol que debían dar al paciente, en una cucharita, disuelto en agua azucarada cada tres horas. Habían otras pócimas salvadoras que vendían las farmacias de la ciudad.

Como toda epidemia, con las medidas tomadas y con el tiempo, fue decreciendo. Poco a poco, la población comenzó a recuperarse de aquella gripe. Lo que no se publicó entonces fue que, al menos, 300 mendocinos fallecieron.

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