
Carlos W Lencinas
Para analizar con objetividad todos los acontecimientos que desencadenaron el asesinato del ex gobernador Carlos W. Lencinas, debemos retrotraernos a la crisis política que existía en ese tiempo. La intervención federal impuesta por el gobierno nacional al radicalismo de Mendoza se puede considerar como una antipatía por el lencinismo que no compartía los lineamientos y directivas del régimen porteño. Lencinas había levantado la bandera del federalismo y esto dio origen a la compulsa que finalizó en tragedia.
El lencinismo ganó en aquel tiempo un lugar importante en el ámbito político nacional. El motivo de su viaje a Buenos Aires -en septiembre de 1929- fue para reclamar su legítimo cargo como senador nacional (electo en 1926) que injustamente fuera desaprobado y para manifestar los continuos atropellos que había sufrido la provincia por las intervenciones federales.
El domingo 10 de noviembre de 1929, se produjo el asesinato de Carlos W. Lencinas al regresar de Buenos Aires.
Luego de arribar a la estación del ferrocarril, partió hacia el Círculo de Armas en donde pronunciaría un discurso. Al llegar, la muchedumbre ovacionó al doctor Lencinas y a sus correligionarios. Llamó la atención la escasa vigilancia policial (solamente 20 hombres) que portaban únicamente sables. De inmediato, hablaron diferentes personalidades de aquel partido. Posteriormente tomó la palabra Antonio García Pintos quien pronunció una recia arenga. Se escucharon algunas voces hostiles contra el gobierno. Se escuchó el grito de José Cáceres diciendo: “¡Viva Yrigoyen!”. En ese momento, Lencinas realizó un ademán y, de inmediato se sintió un disparo que vino desde el sur; esto dio origen a un prolongado tiroteo y a la corrida del público hacia la plaza San Martín. En la confusión, José Cáceres cayó herido, pero muchos de los testigos vieron a otro individuo, trepado en un árbol, que disparó directamente hacia la figura de Lencinas y, aprovechando la confusión, desapareció. El resultado del trágico hecho dejó como saldo a 15 personas heridas y la muerte casi instantánea del líder político.
Varios son los puntos oscuros que se esbozan en este misterioso hecho.
Cuando se practicó la autopsia, la bala (de una pistola automática) la encontró Virgilio Sguazzini, en el suelo, quien mostró el proyectil al juez; éste tomó la munición y la depositó en un sobre. Cuando Sguazzini quiso firmar el sobre, el juez se lo impidió y lo amenazó con retirarse del lugar. Esta actitud sospechosa fue uno de los hechos que, desde el comienzo, tendió sombras sobre el móvil del asesinato. La verdadera arma con que se asesinó a Lencinas fue otro de los puntos. Se habló de una pistola "Mannlicher" y no de un revólver "Smith & Wesson" calibre 38 que era el que tenía Cáceres; el arma de fuego se encontró en un comité, sin haber sido utilizada. Las pericias balísticas se realizaron con algunas desprolijidades, tal vez sin intencionalidad, por parte de los dos suboficiales del Ejército, comisionados por el juez. También, llamó mucho la atención la renuncia del juez del crimen y la sustitución del jefe de policía, presionado por el gobierno nacional, sin que se tocara a los miembros de la intervención.
Lo más llamativo fue el dictamen del ministro de Justicia e Instrucción Pública, Dr. De la Campa, entregado al primer mandatario, que cerraba el caso oficialmente, aludiendo que el asesinato había sido cometido por el malogrado José Cáceres, en circunstancias de una supuesta "disputa personal".
Es muy difícil que se pueda esclarecer quiénes fueron los autores intelectuales y materiales de este magnicidio. No cabe duda que fue una conspiración en contra de Lencinas. Un mes y medio después de estos sucesos, atentaron contra la vida de Yrigoyen, quien resultó ileso, muriendo su homicida.
El asesinato de Lencinas precipitó la caída del gobierno yrigoyenista al año siguiente.
La otra versión: Yrigoyenistas enviaron a un matón para que asesinara a Lencinas
En el transcurso del mes de septiembre de 1929 Carlos W. Lencinas se encontraba en la Capital Federal para reclamar su diploma de senador nacional, ganado legítimamente en las elecciones de 1926. El gobierno nacional lo desaprobó por vincularlo con varios hechos de corrupción en su gestión gubernativa.
Antes de viajar hacia Mendoza, fue avisado por un policía de que un tirador experto lo esperaría en su provincia para asesinarlo.
Lencinas partió desde Retiro en el tren "El Internacional". Ya en San Luis, según se dijo, enviaron un aeroplano para que no prosiguiera el viaje, pero éste se negó a tomarlo. El tren llegó a Mendoza a las 16.45 horas; una multitud lo esperaba en el andén y lugares aledaños. Lencinas bajó acompañado de Antonio García Pintos y, desde allí, marcharon hacia el Círculo de Armas en donde realizarían diversos discursos.
Una considerable cantidad de personas se aglomeró para escuchar a los oradores. Lencinas ocupó uno de los balcones del edificio junto con destacados correligionarios. Tomó la palabra García Pintos quien realizó declaraciones en contra del gobierno nacional. La multitud manifestó con silbidos y exclamaciones hostiles en contra de Yrigoyen. Ante el alboroto producido por la arenga de Pintos, el líder del partido trató de apaciguar al gentío con ademanes. En ese instante se escuchó, un grito de “¡Viva Yrigoyen!” y partió el primer disparo desde el grupo ubicado entre la puerta central del edificio del Círculo y el balcón cercano al teatro Municipal.
A poca distancia se encontraba José Cáceres, sospechado en un principio de haber sido el agresor. Luego de la detonación, se oyeron cuatro detonaciones más, generalizándose el tiroteo. Varios de los reaccionarios lencinistas dispararon a Cáceres, quien resultó herido de gravedad.
Se pudo observar que otro individuo -muy bien vestido, con pantalón con finas rayas y saco oscuro, que también se encontraba trepado en un árbol, distante cuatro metros hacia el sur de la puerta de entrada del Círculo- fue quien le disparó al doctor Lencinas. Al escucharse las distintas detonaciones, el presunto asesino aprovechó la confusión para desaparecer entre el público reunido, que se dispersó debido al el tiroteo. Muchos se volcaron hacia la plaza San Martín y otros se refugiaron en el basamento de la estatua ecuestre del General y en la fuente de la misma plaza.
Mientras tanto, en el balcón del Círculo se notó extraños movimientos en el zaguán y el salón que daba a la calle. Las puertas y ventanas se cerraron, los que estaban cerca de Lencinas, lo protegieron con sus cuerpos, sin perder tiempo, lo llevaron hacia la sala de billar. Hasta ese instante nadie sospechaba que había sido herido. Lencinas, tambaleante, arrojó sangre por la boca, uno de sus hermanos manifestó dolorosamente: "¡Carlos se muere muchachos, lo han asesinado!". El cuerpo de Lencinas fue puesto sobre una mesa de billar, la hemorragia fue más intensa. Mientras tanto, fuera del local, la gente afectada por el pánico abandonó la calle España.
Varias ambulancias llegaron de inmediato al lugar asistiendo a Lencinas y a los otros heridos que estaban en la calle. El doctor Lencinas fue trasladado hacia el Hospital Provincial. Caída la tarde, el juez Fuentes Pondal dio la orden de la autopsia. Intervinieron en la práctica el doctor Pedro Escudé acompañado por el director del hospital, doctor José de la Zerda. Hubo momentos de mucha tensión porque no se encontraba la bala. Minutos después, Virgilio Sguazzini la encontró en el suelo, la cual -al desvestir el cuerpo del extinto- había caído. Sguazzini mostró el proyectil al juez, éste tomó la munición y la depositó en un sobre. Cuando quiso firmar el sobre, el magistrado se lo impidió y lo amenazó con retirarse del lugar.
Realizada la autopsia, el cuerpo del doctor Lencinas fue embalsamado y sus restos fueron velados en la casa paterna, ubicada en la calle 25 de Mayo 750 de la ciudad. Fue enterrado en el Cementerio de la Capital, en el panteón familiar.
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